|
Director
estrella del cine coreano actual con apenas cuatro películas
conocidas, amado por el público (JSA), por la crítica
(Sympathy for Mr. Vengeance), por los festivales de cine (Old
boy, Premio Especial del Jurado en Cannes), Park Chan-wook
es después de todo un misterio... Director genial para
unos, sobrevalorado para otros, un director del que olvidarse
para algunos medios, es difícil mantener una postura
indiferente frente a él... Nosotros intentamos arrojar
algo de luz a través de su obra y de la mano de Roberto
Alcover Oti y su revelador ensayo...
|
0. Breves notas
sobre el actual cine surcoreano
Resulta
sumamente interesante revisar hoy, con el tiempo a nuestro favor,
toda una serie de artículos, monográficos, dossiers,
o incluso documentales televisivos sobre el emergente cine de Corea
del Sur. Lo que hace unos años parecía ser una nueva
mina para la crítica sedienta por descubrir nuevos valores,
una cinematografía inédita a la cual vindicar urgentemente
gracias a la labor de los festivales especializados, se ha tornado
en un terreno farragoso, plagado de reticencias y de voces que exclaman
"yo no he sido". Pero tampoco vayamos ahora de eruditos
y visionarios, ya que nosotros también nos lo creímos.
Y lo hicimos porque estábamos ávidos de devorar nuevas
obras, de disfrutar de otras miradas, de descubrir extrañas
maneras de narrar; las de un país cuyo tesoro fílmico
era tan inaccesible, que ni siquiera el bueno de Gustav Deutsch podría
escarbar en busca de found footage para sus trabajos más
experimentales.
El triunfo electoral
de Kim Dae-Jung en 1997, que da inicio a una época de bonanza
económica tras la grave crisis económica que había
sufrido el país, la implicación de los chaebol
–grupos empresariales con un amplio abanico de actividades-
en la producción de los films, la creación en 1996 del
Festival de Cine de Pusan, las políticas de la KOFIC (Korean
Film Comission), el aumento de cuota de pantalla para las películas
coreanas, o la aparición a posteriori de nuevas empresas de
producción –conglomerados como CJ Enterntainment, Myung
Films, etc.…-, son una serie de acontecimientos que propician
el relanzamiento del cine surcoreano, primero a un nivel de consumo
interno, y que luego induce a su exportación a otros mercados.
El éxito en taquilla de The Contact (Chaang Yoon-hyun,
1997) fue el inicio de una relación altamente satisfactoria
entre el propio público y las películas manufacturadas
en su interior, que luego alcanzará el momento cumbre con Shiri
(Kang Je-gyu, 1999), abyecta cinta de acción, pero de importancia
capital para el análisis del fenómeno surcoreano.
En
Occidente, tuvimos que readaptar nuestros esquemas cinéfilos
a un cine fresco, que abordaba sin complejos los más variados
géneros, desde el thriller a la comedia romántica,
abriéndose claramente al influjo del extranjero pero conservando
un tono local. Preocupado por el éxito dentro de sus fronteras,
la industria surcoreana se encargaba de fagocitar y explotar los géneros
clásicos, revisándolos y tergiversándolos a su
gusto, regurgitando un inevitable collage de formas y texturas que
sorprenden particularmente al que observa con extrañeza desde
la ignorancia. Como bien comenta Roberto Cueto: "un paseo
por el "mainstream" coreano no es mero registro de meras
réplicas del cine norteamericano, sino un fascinante recorrido
por lecturas alternativas de géneros bien trillados, por visiones
con acentos propios e intransferible personalidad que las distinguen
de sus vecinos asiáticos [1].
Además, y al igual que en toda buena cinematografía
que se alimenta de sí misma, especie de mercado autárquico
que sobrevive en base a su propia producción –y que otro
caso más ejemplificador que el propio Hollywood-, Corea del
Sur también ha nutrido a los paladares más selectos
de diversos directores, autores en el sentido "cahierista"
del término. Realizadores como Hong Sang-soo, Kim Ki-duk, o
Im Kwon-taek ocupaban ese lugar al que artesanos como Kang woo-suk
o Kang Je-gyu parecían no poder acceder. Sus películas,
premiadas en multitud de festivales, conquistaban ese otro terreno,
un espacio ocupado por coinnaseurs y exegetas varios que
exigían algo más que productos bien realizados pero
a la vez impersonales.
El triunfo de Old
Boy (Park Chan-wook, 2003) en el Festival de Cannes del año
2004, unido al apoyo masivo a Hierro 3 (Bin-jip. Kim Ki-duk,
2004), parecen marcar un punto álgido, un momento de inflexión
crítica sobre una cinematografía que parece no haber
asimilado demasiado bien su éxito, y que se halla en una suerte
de encrucijada fílmica, en un bache creativo. Para el espectador
occidental, observador distante que bien diría Nöel Burch,
a través de su mirada siempre sesgada por el elemento cultural
que nos divide, se empieza a concebir un cierto cansancio, unos síntomas
de debilidad artística y de cierto esquematismo. Al fin y al
cabo, Corea del Sur no deja de practicar un cine basado en la "fórmula"
–volvemos a emparentarlo con Hollywood-, pero mucho más
sensible de digerir que el excesivamente localista mercado de Bollywood.
No en vano con el paso de los años, la industria surcoreana
ha conseguido exportar multitud de títulos, muchos de los cuales
comienzan a aterrizar actualmente en las fronteras españolas,
ajenas, como casi siempre, a fenómenos cinematográficos
hasta años después de su consumación. Así
pues, el (ab)uso excesivo de fórmulas prefabricadas –desde
el melodrama romántico al terror- ha logrado que un cine inicialmente
transgresor con los géneros clásicos, derive en un estado
de postración y de reiteración temática.
Pero
la sensación de explotación y constante deja vu
que nos transmite el actual cine surcoreano no se limita a su parcela
mainstream, sino también a los terrenos autorales.
Bien vale echar un breve vistazo a los últimos títulos
de sus cabezas más internacionales, para refrendar la opinión
sobre un presente inestable y un futuro ambiguo. Por un lado, el antaño
enfant terrible, Kim Ki-Duk, parece haberse estancado con
El arco (Hwal, 2005) en un cine esteticista y excesivamente
deudor de las formas, si bien su propuesta da la impresión
de entroncarse en un continuo "work in progress",
sin un final aparente. Otro director que comienza a dar síntomas
de agotamiento es Hong Sang-soo, cuyo Tale of cinema (Geuk
jang jeon, 2005) parece perderse en un laberinto de zooms
y en un notable extravío argumental cuyo significado no acierta
a concretar. Incluso el veterano Im Kwon-taek se ha tomado un descanso
hasta 2007 tras la decepcionante Low Life (Haryu insaeng,
2004), relato de gángsteres de impecable factura técnica
pero con excesivas y fútiles líneas de fuga. El resto
de promesas que surgieron a finales de los '90 no encuentran acomodo
en la industria y han terminado firmando productos con apenas interés
mas allá del meramente comercial: me refiero a realizadores/as
como Hur Jin-ho, que tras la sugestiva Christmas in August
(Palwolui christmas, 1998) ha naufragado con April Story
(Oechul, 2005); Lee Myung-Se, director del refrescante thriller
a contracorriente, Nowhere to hide (Injeong sajeong bol geot
eobtda, 1999); la prometedora Jeong Jae-eun; o el mismo Kwak Jae-young,
que no ha podido reponerse a ese film seminal que fue My Sassy
Girl (Yeopgijeogin geunyeo, 2001).
[1] Cueto, Roberto. Un nuevo cine para una
nueva realidad (…o las películas coreanas que los coreanos
quieren ver). Pág. 28. En Seúl Express 97-04.
La renovación del cine coreano. Alberto Elena (Ed.) T&B
Editores.