Tampoco se entiende la situación de otros directores, cuyas operas primas eran lo suficientemente estimulantes como para prever un futuro exitoso, pero que permanecen, bien en un silencio creativo, bien en un peligroso acercamiento a un cine abiertamente de consumo. Es el caso de nombres como Park Ki-Yong, cuyo Motel Cactus (Motel Seoninjang, 1997) pasa por ser una de la películas que marcan el inicio de una Nueva Ola surcoreana; Jeong Jun-hwan, que llevó al límite la pasión por la mixtura genérica en la irreverente e inclasificable Save the green planet! (Jigureul jikyeora, 2003); Yun Jong-chan, que consigue con Sorum (2001) una de las mejores obras de terror psicológico de los últimos años, especie de traslación moderna de la obra de Poe; o Lee Hyun-seung, autor de la nada despreciable Il Mare (Siworae, 2000). Tampoco se puede olvidar a Lee Chang-dong, que tras comprometerse en labores interinas del Ministerio de Cultura ha aparcado momentáneamente su carrera cinematográfica, cimentada en obras como Peppermint Candy (Bakha satang, 2000) u Oasis (2002), éste último un extraordinario melodrama, posiblemente uno de los mejores largometrajes que se han parido en Corea.

Pero entre el artesanado más cumplidor y la autoría más independiente se alzan una serie de realizadores, que, contando con el apoyo del público y abordando los más variopintos géneros, disfrutan también de un buen status en el mercado internacional. Sus películas basculan entre una preocupación obsesiva por lo formal, la casi dogmática intertextualidad genérica, y una serie de intenciones ¿personales? que subyacen bajo sus mecanismos populares. Aquí tienen cabida nombres como Bong Joon-ho, firmante de la innovadora Memories of murder (Salinui chueok, 2003); Kim Ji-woon, siempre moviéndose entre el terror y la comedia negra, si bien su último trabajo responde a una mezcla muy posmoderna entre el cine negro clásico, el polar francés, y el heroic-bloodsheed hongkonés, la gratificante A Bittersweet life (Dalkomhan insaeng, 2005); o incluso Im Sang-soo, capaz de presentarnos un trabajo de corte intimista con ínfulas de autor como La mujer del buen abogado (Baramnan gajok, 2003), o un atípico film político como The President's last bang (Geuddae geusaramdeul, 2005).

Es en este último grupo donde nos atrevemos a incluir a Park Chan-wook, estudiante de filosofía y frustrado crítico de arte, con un bagaje cinematográfico todavía corto, pero que ha logrado establecer un cierto debate en el terreno de la crítica. Por un lado, el sector más anquilosado no parece comulgar con su factura visual, la ambigüedad moral de sus películas y sus hallazgos formales. Por otro, el sector más snob prefiere negarle su interés a un cineasta "demasiado abierto a las influencias de Occidente, y que practica un cine hueco". Desde estas breves y humildes líneas, intentaremos avanzar en su cine, con el objetivo de deshacernos de cualquier prejuicio, ya sea reduccionismos"freaks" o elitistas, libres de ataduras y de corrientes cinéfilas.

1. Judgement: Obsesiones enlatadas

Podría uno atreverse a analizar la obra de Park Chan-wook abstrayéndose de visionar Judgement (Simpan), cortometraje de 26 minutos rodado en 1999, lo cual sería un gravísimo error, dada cuenta que es un trabajo paradigmático para comprender las preocupaciones tanto formales como temáticas del surcoreano. Y es que como en el caso de otros realizadores –contemporáneos o no-, el acercamiento a sus cortometrajes nos permite entenderles con mayor claridad que al estudiar sus largos, dada la mayor libertad de expresión –y por consiguiente, menos acotaciones comerciales-, que permite el formato corto.

Sin embargo, ya con anterioridad a Judgement, Chan-wook había rodado otros dos largometrajes, cuya disponibilidad podríamos tildar de nula, pero cuyas líneas argumentales dejan entrever el germen de sus posteriores trabajos. A colación de sus dos primeras películas, Park Chan-wook siempre se ha mostrado bastante crítico con el resultado final, comentando que "si yo hubiera sido el productor que debiera financiarme para mi próximo proyecto, y habiendo visto mis anteriores trabajos, jamás me habría dejado volver a rodar una película". Moon is the sun's dream (1992) es la historia de dos hermanastros separados que se reencuentran con el devenir de los años, y que terminan cayendo en una espiral de crímenes, todo ello aderezado con dosis de comedia y romance. Aún más clarificadora es la posterior Saminjo (1997), thriller irónico que cuenta el azaroso encuentro de tres marginados durante el atraco a un banco de dos de ellos. Un saxofonista suicida, un matón con un CI bajo mínimos, y una madre soltera que sueña con ser monja son los tres bizarros personajes que terminan formando equipo en una Corea bajo una grave crisis económica [2]. Humor negro, personajes extremos, circunstancias aparentemente aleatorias o banales, son características nada gratuitas que van conformando un corpus fílmico, todavía incipiente pero que poco a poco irá tomando forma. Pero volvamos a Judgement.

Judgement nos sitúa en un presente apocalíptico, donde Corea del Sur es un país al borde del colapso, imbuido en una serie de catástrofes naturales que parecen minar a la población. La acción, por otro lado, nos lleva a una morgue, donde un matrimonio acude a identificar a un cadáver que presumiblemente será su hija. Acompañados por un asesor del gobierno y por dos periodistas, la situación se tornará rocambolesca, cuando el propio forense reconozca al cadáver como su niña desaparecida siete años antes. Judgement se convierte así en una enrevesada pieza de cámara, rozando por momentos el sainete, y que se enmaraña ante la posterior aparición de una joven que se declara hija de la pareja, y del conocimiento de que el forense ya ha reconocido anteriormente a otros dos cuerpos como su hija. Chan-wook, lejos de frivolizar con la situación, condimenta el drama con unas concisas cantidades de ironía y humor negro –las cervezas escondidas en los depósitos; el instante el que deciden comprobar si el cadáver posee un lunar en la pierna, descubriendo finalmente que ha perdido esa pierna (sic)- , que actúan a modo de proceso de humanización de sus personajes, sacando a la luz todas sus bajezas. Resulta paradójico que la pugna existente entre el matrimonio y el forense sea para decidir si el muerto pertenece a uno u a otro, con el añadido de que el público ya conoce que durante los terremotos, las familias se dedican a adjudicarse cuerpos para cobrar los seguros por su muerte, lo cual magnifica la mezquindad de los seres que pululan por la narración, un retrato muy del gusto del surcoreano, cuyos protagonistas casi siempre se mueven en los confines de la degradación moral.

En su apartado formal, el cortometraje demuestra el gusto estético de su realizador, siempre atento a los aspectos formales de sus películas. Rodado en un B/N ominoso, casi ascético, y que concuerda con ese microcosmos apartado que es la morgue, Judgement es un trabajo muy estilizado, sin llegar a los extremos de sus últimas obras. Park Chan-wook se decanta por los planos fijos generales, manteniendo a sus actores dentro del plano a modos de títeres que no pueden huir de la situación, y que se preparan para el clímax definitivo orquestado por su particular demiurgo, que es tanto Dios –la figura del crucifijo ocupa un lugar insistente en la habitación del cadáver- como el propio director. Destaca el uso de la profundidad de campo, y la limitada aparición del fuera de campo, solamente utilizado para resaltar lo macabro de ciertas situaciones –cf. aquella en la que todos se sientan para tomar algo, y al abrirse el plano el público descubre que se encuentran al lado del cuerpo de la fallecida (sic)-.



[2] Las sinopsis de ambas películas han sido extraídas de la página web especializada en cine asiático Eigaotaku.

[2/7]