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Recorrido
apasionante y apasionado el de Álvaro Alda por una
cinematografía en estado de gracia que busca un lugar
en el mundo de los cines asiáticos y mundiales con
una extraordinaria mezcla de cine experimental, de género,
de nuevos realizadores, de viejas glorias que regresan. Metamorfosis
y encrucijadas de un cine que se enfrenta a si mismo y que
busca desesperadamente ser amado por un publico local que
le es reacio y una crítica internacional que le aprecia
hasta el punto de reservarle los lugares de privilegio de
listas y festivales. Cine tailandés contemporáneo
en busca de su identidad...
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"Estamos más receptivos a los occidentales que a nosotros
mismos. Tenemos todo lo que ellos tienen. Comemos lo que ellos comen.
Admitimos cualquier cosa que ellos nos dicen. Queremos ser ellos y
rechazamos ser nosotros."
The Siam Renaissance
Esta sentencia concluyente y, como veremos, de igual forma contradictoria,
describe con precisión la situación de evolución
que atraviesa la antigua Siam desde hace más de una década,
y que a la fuerza ha terminado por influir sobre las características
técnicas y artísticas de su cine, que se mantenía
prácticamente inédito, hasta hace poco, fuera de sus
fronteras, y destinado tradicionalmente al exclusivo consumo nacional,
y que parece encontrarse, estos últimos años, en un
momento decisivo de su historia. Los importantes cambios que se están
gestando en la moribunda y atrasada industria, junto a la aparición
determinante de ciertos directores con miradas más arriesgadas
y modernas, han conseguido reflotar un cine en decadencia que se veía
incapaz de salir de la profunda crisis artística y económica
en la que se encontraba. Reforzada a su vez por la significativa repercusión
que está teniendo en la actualidad el cine procedente de extremo
oriente, la hermana pequeña de estas cinematografías
parece ser la última en despertar y abrirse al mundo.
Tropical
Malady, el último y espléndido trabajo del joven
realizador Apichatpong Weerasethakul, consiguió acceder, por
primera vez en la historia del cine tailandés, a la sección
oficial del Festival de Cannes, y ganar, ante la incredulidad de ciertos
sectores de la crítica, el Gran Premio del Jurado, y convertirse
en la mejor película del año 2004 según la prestigiosa
revista Cahiers Du Cinéma. Al mismo tiempo, productos enmarcados
dentro de las tendencias más comerciales, como Ong-Bak
o The Eye, han alcanzado estruendosos éxitos de taquilla
en todo el mundo, afianzándose como los mejores embajadores
a la hora de difundir este nuevo cine.
Pero tal vez no
sea del todo apropiado aplicar sin más el término "Nueva
Ola" para definir la etapa actual que recorre el cine tailandés,
pues es un proceso que afecta simultáneamente a los métodos
de producción y distribución sobre los que se sustenta
la misma industria, a los aspectos formales, narrativos y estéticos,
que constituyen la esencia de su cine, y a la propia identidad del
pueblo tailandés, y en el que intervienen diversos factores
económicos, políticos y sociológicos. Por tanto,
a la hora de buscar las claves de esta sorprendente transformación,
no podemos detenernos exclusivamente en la renovación estilística
que imponen los nuevos realizadores, en muchos casos sin un discurso
común ni una voluntad expresa de innovación, pero si
preocupados por el cambio a nivel local, por la necesidad de adaptar
los rasgos tradicionales a las nuevas corrientes externas. "Nuevo
Cine Tailandés" sería una definición más
correcta, un movimiento global de modernización y expansión,
en el que coinciden y se complementan, tanto industria como cine independiente,
y enmarcado en un momento histórico determinado que influye
irremediablemente en el nuevo rumbo que está tomando. Pero
no adelantemos acontecimientos, vayamos paso a paso.
Aparente revitalización
Son numerosos los
motivos del desconocimiento general que se tiene del cine tailandés,
fundamentalmente en el mundo occidental, a pesar de contar ya con
una larga tradición que se remonta a los inicios del cinematógrafo.
Entre ellos destaca, sin duda, la casi total imposibilidad de encontrar
títulos anteriores a los años setenta, por la sencilla
razón de que hasta hace poco no se ha mostrado verdadero interés
por preservarlos. Y las escasas copias que han logrado sobrevivir,
evidencian una falta total de realismo, pobre calidad técnica
y cierta semejanza con el folletín, rasgos que describen a
la perfección la gran mayoría de las producciones tailandesas.
A ello hay que sumar una industria más preocupada por satisfacer
los gustos de los espectadores locales, que por crear obras novedosas
y exportables al resto del mundo. Si hay que buscar la causa última
de todo esto, posiblemente la encontremos en el escaso prestigio que
ha arrastrado el cine, en este país, desde sus comienzos, al
ser considerado como un simple entretenimiento por la mayor parte
de la población. Y la élite cultural del país
no ayudó precisamente a remediarlo, calificándolo, en
el mejor de los casos, como una expresión artística
menor.
Por
estas razones, el cine tailandés derivó tras la época
silente hacia la profusión de los géneros más
acordes con la mentalidad del espectador medio (el musical, el western,
el melodrama), tomando como partida el cine americano y trasladando
la temática a las peculiaridades de la sociedad tailandesa.
En los cincuenta, se consolidó una industria de grandes productoras
y se creó un star system similar al que imperaba en
Hollywood. La década de los sesenta fue la de máximo
esplendor del cine tailandés, la llamada época dorada,
con una considerable cantidad de producciones anuales. Sin embargo,
este apogeo comenzó a retroceder en la siguiente década,
coincidiendo con la difícil situación política
que atravesaba el país, iniciándose así, un lento
pero progresivo declive. A mediados de los setenta, surgió
una serie de entusiastas cineastas que renovaron las constantes temáticas
a través de una visión crítica de la sociedad
de la época. Algunos de ellos, como Cherd Songsri o Euthana
Mukdasanit, consiguieron incluso presentar sus trabajos en festivales
internacionales. Su actividad todavía continuaría en
los años ochenta con algunas excelentes películas, pero
ya a finales de esta misma década y principios de la siguiente,
comenzaba a notarse la decadencia que rodeaba al cine tailandés,
tanto en la búsqueda de nuevos argumentos a reflejar como en
volumen de producción. Ante esta situación, los blockbusters
americanos empezaban a invadir las pocas salas que aún quedaban
en pie. A principios de los noventa, la casi inexistente producción
se centraba en productos de bajo presupuesto destinados al público
juvenil, a saber, películas de acción o comedias de
adolescentes que pretendían asemejarse a las producciones americanas
que copaban los primeros puestos de la taquilla. Y el cine, como arte,
era prácticamente una ficción. Pero algo iba a cambiar.