D Í A · T R E S

El primer título de la tarde era uno de los más esperados del certamen, y una de las películas que a priori sonaban con más fuerza para adjudicarse el Durián de Oro. "Blood and Bones", dirigida por Yoichi Sai (que ya presentó su trabajo anterior, "Doing Time", en el pasado BAFF), y basada en una popular novela coreana. A modo de "El padrino" o "Erase una vez en América", cuenta la historia de un emigrante coreano que llega a Japón en 1920, con el objetivo de salir adelante en el país nipón, dejando atrás el estado de pobreza en el que se hallaba su lugar de origen. La película, narrada con la "voz en off" del hijo del protagonista sigue a lo largo de los años la vida de esta familia japo-coreana en un barrio japonés de la ciudad de Osaka. A pesar de las expectativas creadas en torno a su argumento, Yoichi Sai no se centra demasiado en la siempre difícil adaptación del inmigrante a su nuevo hogar, sino que prefiere mantener en el foco de su cámara a la familia, en especial a su patriarca, un Kitano inconmensurable para sus seguidores pero algo repetitivo y esquemático para sus detractores. "Beat" Takeshi borda un papel que le viene como anillo al dedo, un ser cuya única manera de afrontar las situaciones es mediante la violencia, y cuyo objetivo vital nunca es la integración en esta nueva sociedad sino la acumulación de bienes y el disfrute y gozo personal. Un personaje complicado, al que el actor dota de su habitual fuerza y que enseguida logra la implicación de la audiencia.

"Blood and Bones" se rige por una planificación escrupulosa y unos encuadres muy calculados de clara inspiración teatral, por momentos cercano al telefilm dada su estructura y la narrativa convencional que maneja. Solo le salva la constante aparición de un humor negro en la figura del propio Kitano. El largometraje impacta, más por la violencia inherente a su protagonista que por los propios méritos dramáticos del film. No nos deja un mal sabor de boca pero quizás esperabamos un análisis más exhaustivo de la inmigración coreana en Japón (este hilo argumental está muy disperso), y no lo que permanece en la retina, una obra hecha como vehículo para el lucimiento personal de "Beat" Takeshi.

El segundo film de la tarde y también perteneciente a la Sección Oficial era la coproducción Japón/Kazajastán "The Hunter", largometraje de poquísimos medios y puesta en escena muy sencilla. Su creador, Serik Aprymov es ya un habitual de los festivales. Película de apariencia simple y trasfondo metafórico constante que nos hace recorrer las bellas estepas de Kazajastán con el pretexto de un viaje de un niño de 12 años, que para evitar la cárcel debe huir junto a un cazador de la zona. Viaje de tintes iniciáticos, donde el chico abrazará la naturaleza y dejará atrás distintas etapas de su niñez, para madurar y afrontar su destino. A su lado, la figura del cazador, hombre curtido en las tierras, y que le guiará.

Como he comentado antes, es un film plagado de simbología sobre el paso a la edad adulta. Quizás dada la hora y lo extenso del largometraje anterior, no pude conectar en exceso con "The Hunter".

Por último, y tras un breve descanso para reponer fuerzas, otro de los grandes del festival. Me di el lujo de perderme un título de la Sección Oficial para disfrutar en pantalla grande del último trabajo del japonés Shunji Iwai. Tres años después del estreno de "All About Lily Chou-Chou" y solamente con su participación en la obra conjunta "Jam Films", Iwai presentaba "Hana to Alice", un nuevo retrato de la adolescencia.

Iwai vuelve a deslumbrar con su propuesta, que junto a "Nadie Sabe" son las dos obras maestras que un servidor ha podido degustar hasta ahora en el BAFF. Otra vez nos permite entrar en ese mundo personal creado por el director, tan ilusorio e intimista como tremendamente real y representativo del mundo en el que nos movemos. Si bien visualmente no abandona los conceptos de "All about Lily Chou-Chou", el trasfondo del film varía en diversos aspectos, de la alienación y el vacío comunicacional a la idealización de un período complicado, sin olvidar los problemas y sinsabores del mismo. A través del relato de dos amigas (que por cierto, están esplendidamente interpretadas por las actrices protagonistas) que crean una mentira para conseguir al chico que desean, el realizador japonés vuelve a dibujar a la perfección el cuadro vivencial de un adolescente, la creación de un universo imaginario y de complicaciones existenciales en un mundo que no los entiende. Iwai no se olvida de la recreación de los adultos, personas que parecen vivir al margen de los jóvenes, sin compartir sus ideas o entender sus vivencias.

El largometraje destila lirismo en cada secuencia, gracias al acertado uso del vídeo digital y a la manera tan personal de construir las imágenes, mediante la saturación de brillo y el abundante colorido. Este aspecto, junto a una excepcional banda sonora, conforman un coctel bello, pura poesía en imágenes. Sin duda, una maravilla concentrada en dos horas y quince minutos. Así da gusto irse a dormir. Mañana, más.

[3/11]