La
sección Punto de Encuentro nos trajo una interesante propuesta
para comenzar el día, Sótano (Keller), de la
directora austriaca Eva Urthaler, un juego retorcido sobre dos jóvenes
solitarios, que han crecido en ausencia de autoridad (sin padre y
con una madre alcohólica el primero, y con una permisividad
total y unos padres despreocupados en el caso del otro), y que un
día deciden secuestrar a una dependienta de supermercado y
encerrarla en un sótano de una fábrica abandonada. Lo
que en principio parece una travesura para gastarle una broma, como
venganza por haberles cogido robando una botella de licor, pronto
se convertirá en una excusa que utilizarán para volcar
sobre ella su propia furia interior. Y según avancen los días,
la situación se volverá cada vez más ambigua
y asfixiante, y poco a poco aumentarán las perversiones a la
que la someterán, desvelando sus miedos y problemas, el desengaño
y la atracción sexual, la homosexualidad latente. Filmada con
rigor y solvencia, Sótano muestra una sociedad de
jóvenes desilusionados, perdidos en un entorno en el que se
sienten extraños.
Y
por fin llegó el primero de los platos fuertes del festival,
que a buen seguro sería una de las ganadoras si no quedase
fuera de concurso. Me refiero, claro está, a la magnífica
El Niño (L'Enfant), de los hermanos belgas Luc y Jean-Pierre
Dardenne, que viene a Valladolid tras ganar la Palma de Oro en Cannes.
Los Dardenne apuestan de nuevo por una historia de personajes casi
indigentes que sobreviven como mejor pueden ganando dinero con métodos
poco ortodoxos, y continúan fieles a sus métodos, conjugando
con maestría las cuestiones morales del cine social con la
coherencia formal y narrativa. Pero en este último trabajo
se aprecian matices que lo alejan ligeramente de las propuestas estilísticas
planteadas en Rosetta y El Hijo (Le Fils), y que
lo aproximan al film germinal que fue La Promesa (La Promesse).
En El Niño, parecen haberse relajado tras la depuración
alcanzada en aquellas: la puesta en escena austera, el uso de la cámara
al hombro llevado al límite persiguiendo constantemente a los
protagonistas, los encuadres cerrados y opresivos, la repetición
de las tareas físicas… Elementos que actuaban al unísono
para reflejar la angustia vital a la que se ven sometidos los personajes
(el rechazo de toda ayuda en Rosetta y el desasosiego emocional
causado por un elemento perturbador en El Hijo) y que aquí
abandonan para dejarlos respirar. La cámara filma a más
distancia, con planos más abiertos y reposados, sin embargo,
continúan sembrando tensión en las habituales persecuciones.
El Niño
recupera nueve años después al actor que interpretó
al muchacho protagonista de La Promesa, Jérémie
Renier, y aunque no se trate estrictamente de los mismos personajes,
bien podríamos tomarlo como una continuación de aquella.
En esta ocasión, hace el papel de un joven delincuente, despreocupado
y algo inconsciente, que se gana la vida canjeando los objetos obtenidos
en pequeños atracos para los que utiliza como compinches a
unos adolescentes. Ahora es él el que va a buscarlos al taller,
los papeles de La Promesa se han invertido. Ahora él es el
causante del daño, no el receptor. Y al igual que sucede con
todos los protagonistas en el cine de los Dardenne, se enfrenta a
un conflicto moral como consecuencia de sus actos, en esta ocasión,
tras vender a su hijo a unos traficantes, lo que le obligará
a elegir entre dos opciones, intentar continuar por el mismo camino
hasta acabar consumido por la culpa o asumir su castigo y tratar de
redimirse. Los Dardenne vuelven a ahondar con gran acierto en las
miserias que esconden las sociedades modernas, aunque esta vez se
advierte un tono más esperanzador.
La
última película del día fue un documental argentino
a concurso en la sección Tiempo de Historia, Caseros -en
la cárcel-, de Julio Raffo, que recopila los testimonios
de los presos políticos que fueron confinados en la Unidad
Penitenciaria Nº1, conocida como cárcel de Caseros, entre
1979 y 1985, durante la dictadura militar de Videla. Si bien no se
caracteriza por su carácter innovador dentro del género,
ni pasará a los anales de la historia por sus logros formales,
si merece verse por la denuncia que efectúa su contenido. La
estructura es muy simple y se establece a base de intercalar fragmentos
de las entrevistas realizadas a los que han sobrevivido, poco antes
de que derruyesen el edificio. El material filmado fue seleccionado
y ordenado según varios temas, centrados cada uno en un aspecto
de los hechos, ya sea su estado emocional tras su entrada y durante
su estancia en la prisión, la vida diaria en aquel lugar o
las causas de su encarcelación por sus relaciones con el movimiento
obrero. Y conectados todos ellos, por una voz en off que conduce el
discurso y que permite mostrar el contraste existente entre la realidad
que ellos vivieron, las continuas vejaciones a las que se vieron sometidos,
y los objetivos que se establecieron para la prisión en el
discurso de su inauguración (la única fuente externa
del documental).