La
jornada del domingo tuvo un sabor algo agridulce. Puede asistir a
la proyección de dos de los tres mejores trabajos vistos hasta
el momento, The Giant Buddhas (en Tiempo de Historia) y Brokeback
Mountain fuera de concurso (el tercero sería lógicamente
L'Enfant), y el peor de lo que llevamos de festival, Elsa
y Fred, que no consigue levantar una sección oficial que
está siendo bastante sosa. The Giant Buddhas, un documental
suizo firmado por Christian Frei (el autor de War Photographer
que fue presentado aquí hace unos años), resultó
ser la sorpresa del día. En el año 2001, el anuncio
de la destrucción y su posterior ejecución a manos del
régimen talibán, de las enormes estatuas de Buda que
se encontraban en el valle de Bamiyan, en Afganistán, unos
meses antes del ataque de las Torres Gemelas, tuvo en vilo a gran
parte de la población mundial. A partir de aquel infame suceso,
el director indaga de forma paralela en las causas que condujeron
a aquella situación y en la historia, casi legendaria, de aquellos
colosos. Mediante el montaje alterno de una recopilación de
entrevistas a habitantes de la zona, el testimonio del único
periodista de Al-Jazeera que consiguió filmar la demolición
y fragmentos de otras grabaciones, Frei nos muestra las distintas
perspectivas de los hechos, para llegar a entender la realidad de
un país multicultural como es Afganistán. Y a su vez,
se sirve para reconstruir el pasado de los testimonios de diversos
arqueólogos y de la hermosa narración de la correspondencia
del director con una mujer afgana (la protagonista de aquella Kandahar
de Mohsen Makhmalbaf, que inauguró el festival hace unos años),
en la que relata su viaje tras los pasos del viajero chino Xuanzang,
un monje budista que en sus diarios describe con precisión
el aspecto, antaño glorioso, que poseían las dos estatuas.
Esplendor que llega a ser percibido por el espectador. Si hay que
ponerle una pega, el pequeño bajón de ritmo que sufre
en el último tramo, pero a pesar de este detalle, con The
Giant Buddhas, Christian Frei ha conseguido un espléndido
documental de corte ensayístico, que reflexiona sobre la imposibilidad
de reconstruir las obras de arte a partir de su registro y la pérdida
insalvable que ello supone. Y que nos advierte sobre el peligro que
representa el fanatismo religioso y la ignorancia para la preservación
de la identidad y los rasgos culturales de todo un pueblo.
Con
el último film del taiwanés Ang Lee, uno de esos directores
todoterreno incapaces de hacer una mala película, iba sobre
seguro tras haber recibido el máximo galardón en el
pasado festival de Venecia, y desde luego no defraudó.
En Terreno Vedado (Brokeback Mountain), ambientada
en los años sesenta, cuenta la conmovedora historia de amor
que surge entre dos vaqueros mientras cuidan un rebaño de ovejas
en la montaña de Wyoming que da título al film. Ang
Lee regresa al tema de la homosexualidad que ya retrató en
su día, con bastante acierto, en la estupenda comedia El
Banquete De Boda. En aquella ocasión se centraba en la
presión que ejercía el entorno familiar y las dificultades
de aceptación en una cultura tan tradicional como la china.
En En Terreno Vedado, la presión es ejercida por los
prejuicios de toda una sociedad, y por el propio temor de los protagonistas
a su amenaza, lo que les obliga a mantener en secreto su relación
y a tener que refugiarse en el único lugar donde no serán
molestados, ese territorio privado perdido en las montañas
(maravillosamente fotografiadas por cierto). La intensa y sombría
historia amor descrita es de las más bellas que recuerdo, narrada
con sobriedad y respeto, consigue situar al espectador al margen de
la condición sexual de los personajes retratados, algo que
hasta ahora sólo había llegado a apreciar en Happy
Together, la obra maestra de Wong Kar-wai. Ang Lee consigue un
hermoso film clásico, de ritmo sosegado, y puesta en escena
austera, magníficamente interpretado (atención al papel
secundario de Michelle Williams, que está francamente estupenda)
y con un aire al mejor Clint Eastwood.
He
intentado hacer memoria de estos últimos años, tratando
de recordar cual fue la última película española
de la sección oficial que realmente llegó a entusiasmarme,
y lo he dado por imposible. Hasta ese punto llega la calidad que lleva
demostrando el cine español a concurso, exceptuando eso sí,
el género documental, que aún mantiene un buen nivel
(El Cielo Gira, el año pasado, por poner un ejemplo).
Elsa y Fred, una coproducción hispano-argentina dirigida
por Marcos Carnevale, no ha sido una excepción. El film nos
cuenta otra historia de amor, esta vez entre dos ancianos vecinos
en el mismo edificio (ella totalmente irresponsable, alocada y llena
de energía, él serio y temeroso, decaído tras
la muerte de su esposa), que viven una segunda juventud. Elsa y Fred
confía todas sus bazas a las aptitudes cómicas de la
actriz uruguaya, China Zorrilla, de pronunciación incomprensible
que a veces parece divagar más que actuar. Hay que reconocer
que algunas réplicas son realmente ingeniosas (el público,
en general, se rió a carcajadas durante toda la proyección),
pero que casi siempre resultan forzadas y poco creíbles. El
guión es pobre y mil veces visto, y la dirección torpe
(el homenaje/copia a La Dolce Vita de Fellini es especialmente
simple y grotesco). Y ni siquiera el gran Manuel Alexandre, que en
esta ocasión no está especialmente convincente, logra
salvar el barco.