El
lunes fue un día, en general, bastante satisfactorio, con cuatro
películas (dos de Punto de Encuentro y dos de Sección
Oficial) con calidad suficiente para mantenerte en la butaca, sin
que ninguna de ellas llegase a despuntar, a excepción de La
Espada Oculta, la mejor película presentada a concurso
en lo que llevamos de festival. Comenzamos la mañana con la
interesante Tatuado, segundo trabajo del director argentino
Eduardo Raspo, un film independiente que por suerte se aleja de las
empalagosas películas que suelen llegar a nuestras carteleras
procedentes de Argentina. El protagonista, Paco, obsesionado con el
tatuaje de una mangosta que le dejó en el brazo su madre poco
antes de abandonarlos a su padre y a él, cuando tenía
tan solo tres años, emprende un viaje desde Buenos Aires hasta
un pueblo pampero en busca de las respuestas que le permitan comprender
el misterio que esconde el extraño dibujo y el porqué
de aquella repentina huída. En la búsqueda le acompañan
su padre, que ya había enterrado aquel recuerdo y rehecho su
vida, y una enigmática joven con la que mantiene una relación
sentimental. Tatuado está rodada con pocos medios,
con una puesta en escena muy austera, que abusa quizá demasiado
del primer plano, y tiene una primera media hora muy sugerente. Sin
embargo, el resultado deja un sabor amargo, la historia se desinfla
poco a poco, y lo que en principio parecía un intenso e intrigante
drama, se diluye y toma un curso demasiado tierno y predecible. A
pesar de ello, se sigue con interés.
Más
sólida y mejor acabada resultó la última película
de Harold Ramis, Cosecha de Hielo (The Ice Harvest),
que parece haber recuperado el pulso tras sus dos últimos batacazos.
El siempre eficaz John Cusack interpreta al abogado corrupto que ayudado
por su brutal socio, consiguen robarle dos millones de dólares
a su jefe, el peligroso mafioso local. La historia se centra en su
última noche en la ciudad, plena Nochebuena en Wichita, antes
de escapar con el dinero, una ocasión perfecta para visitar
por última vez a su ex-mujer y a su familia, cogerse una borrachera
con un viejo amigo, un desquiciado y desternillante Oliver Platt,
y realizar buenas acciones en un local de strip tease. Pero la situación
se complicará con la aparición de un matón y
derivará en una enrevesada sucesión de muertes y traiciones.
Basada en la novela negra de Scott Philips, Cosecha de Hielo
es una competente cinta de cine negro, con grandes dosis de humor,
muy ácido y algo grotesco, que le da un tono irreal de juego
macabro, y que recuerda por momentos a Fargo, de los hermanos
Coen y en la que Ramis, demostrando una vez más sus dotes para
dirigir comedias, se burla cruelmente de la Navidad y de las supuestas
buenas intenciones que caracterizan esta época del año.
Algo
decepcionado quedé con Agua (Water), el cierre
de la controvertida trilogía de los elementos junto a Fuego
(Fire) y Tierra (Earth), de las que sólo
había visto la primera, y con la que Deepa Mehta ha explorado
el presente y el pasado reciente de la India, destapando las injusticias
que se suceden dentro de su sociedad, especialmente las que atañen
a las mujeres. En Fuego, situada en el presente, mostraba
la relación de amor prohibida entre dos cuñadas olvidadas
por sus maridos. En Tierra, narraba la fragmentación
del país en 1947 y el odio provocado por la religión.
En Agua, ambientada en los años treinta, en plena
lucha por la independencia de los británicos, denuncia la terrible
vida de pobreza y repudio que llevaban algunas mujeres en las "casas
de viudas", que todavía existen en la actualidad. La llegada
a una de aquellas casas de una niña rebelde, sacudirá
la resignada existencia de aquellas mujeres, en paralelismo con la
agitación que recorre el país debido a las ideas que
propugna Ghandi. Agua es una buena película, de factura impecable,
que comienza y acaba muy bien, pero que en su desarrollo resulta demasiado
clásica para mi gusto (esa tópica y predecible historia
de amor). De ahí mi decepción, al no conocer la progresión
que ha seguido esta directora desde Fuego, película
tal vez inferior a esta, pero más sugerente y fresca, y en
la que se advertían intenciones por derivar hacia terrenos
menos académicos. Nos quedamos al menos con la crítica
que hace de la hipocresía latente en la machista sociedad de
la India, la lectura interesada que se hace de los textos sagrados,
y la necesidad de cambiar las tradiciones.
Termino
la crónica con la mejor propuesta del día, La Espada
Oculta (Kakushi Ken - Oni No Tsume), del veterano director
japonés Yoji Yamada autor de la mítica saga Tora-san
y que muchos conocerán por su anterior trabajo estrenado en
España, la espléndida y elegíaca El Ocaso
del Samurai (Tasogare Seibei), primera parte de lo que
será una trilogía sobre la figura del samurai. Sin relación
con la historia planteada en aquella, La Espada Oculta repite
casi por completo la misma estructura: un samurai desencantado y enamorado
de una mujer de casta inferior, obligado por las leyes del Bushido
a batirse en un duelo que le desagrada. Y al igual que aquella, está
ambientada en el marco de los últimos años del Japón
feudal (mediados del siglo XIX), cuando comienzan a sucederse las
primeras traiciones al shogunato, que darían paso a la restauración
del poder de la familia imperial en la era Meiji, y la apertura del
país a las prácticas occidentales. Si en El Ocaso
del Samurai, la figura del samurai, ligada al feudalismo, era
desmitificada para reflejar el crepúsculo de una era, en esta
ocasión, son revestidos de cierta aureola legendaria (esa espada
oculta, el último golpe del guerrero destinado a desaparecer),
y es la sensación de extrañamiento que sufre el protagonista
ante las nuevas armas y métodos militares, la que representa
el choque de las tradiciones con la modernización del país.
Sin apenas acción, La Espada Oculta se engloba dentro
del género de tipo histórico, el jidai-geki,
de carácter intimista y reposado, cercano al humanismo del
cine de Kurosawa, pero con más elementos de humor, herencia
sin duda de la comedia social que practicó con Tora-san.
El oficio de Yamada logra un film estéticamente brillante,
casi tan bueno como el anterior, de ritmo pausado pero nunca aburrido,
y con buenos diálogos y excelentes interpretaciones, y por
difícil que parezca, consigue hacer olvidar la sensación
de algo ya visto.