Sabah Vida y Color El Mamut Siberiano (Soy Cuba, O Matute Siberiano) Factotum

 

Llegamos al ecuador del festival y el cansancio y la acumulación de películas empieza a hacer mella. Y lo que es peor, crece la sensación de que los films a concurso de este año no van a mejorar la edición del año pasado. En Punto de Encuentro pude ver Sabah, de la directora canadiense Ruba Nadda, que cuenta la típica historia de amor entre dos personas de costumbres culturales opuestas: una mujer musulmana (siempre estupenda Arsinée Khanjian, la mujer de Atom Egoyan) y un canadiense poco religioso. Sabah es una mujer de cuarenta años que pertenece a una familia de emigrantes sirios, no demasiado religiosa pero sometida a las al control y las imposiciones de su hermano mayor, el cabeza de familia. Cansada de cuidar a su madre, comienza a realizar escapadas secretas a una piscina para relajarse y allí conoce a un hombre divorciado del que se enamora. A partir de entonces comenzara a romper las supuestas reglas de su comunidad. Sabah es una película amable, optimista, y algo predecible, que flojea en su parte final, cuando la familia descubre el secreto. Pero por suerte el relato está repleto de salidas cómicas que lo hacen muy agradable de ver.

El segundo largometraje español a concurso, Vida y Color, debut de Santiago Tabernero, tiene muchas posibilidades de llevarse el premio del público, pero no mejora demasiado la imagen mostrada por nuestro cine hasta ahora. Ambientada en 1975 (de nuevo el eterno tema del franquismo), retrata, en tono de fábula, la vida en un pequeño barrio de las afueras de Madrid a partir de la historia central de un muchacho sin apenas amigos y maltratado por los chicos del barrio. La introducción de un loco en la historia lo convierte en una mezcla de 'Cuéntame' y thriller algo fantástico, que chirría la mayoría de las veces, pero que al menos sirve para mantener el interés de una historia demasiado vista. Bien dirigida y mejor interpretada pero con un guión lleno de tópicos, algunos realmente grotescos. Para ver y olvidar.

Lo mejor del día vino de la poco valorada sección Tiempo de Historia, la única en la que no es necesario soportar largas colas, porque, por desgracia, la sala nunca se llena, y en la que uno siempre puede encontrar algún diamante en bruto. Es el caso del fascinante documental El Mamut Siberiano (Soy Cuba, O Matute Siberiano), dirigido por el brasileño Vicente Ferraz, que analiza las circunstancias que rodearon el rodaje del legendario film Soy Cuba, de Mikhail Kalatozov, que pudo verse en la sesión anterior. A principios de los sesenta, un grupo de cineastas y profesionales del cine soviéticos llegó a Cuba con el propósito de rodar una película de propaganda que reflejase los días anteriores a la revolución, y que sería el primero de una serie de coproducciones entre los dos países. El resultado no gustó a ninguna de las partes. Los cubanos no se vieron reflejados por el realismo soviético, demasiado pasional, y en Rusia no gustó la visión de los hoteles de La Habana que recordaban al capitalismo americano. Y tras una semana en cartel, fue enterrada durante treinta años. A mediados de los noventa, tras la caída del muro de Berlín y la desintegración de la URSS, Martin Scorsese y Francis Ford Coppola descubrieron por casualidad un film de gran fuerza visual, plagado de imágenes hipnóticas y largos y complicadísimos planos-secuencia. De esta forma, Soy Cuba fue recuperado para el resto del mundo, convirtiéndose rápidamente en una obra de culto. El Mamut Siberiano describe todo el proyecto desde su génesis, poco después de la creación del ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos), en una época de optimismo intelectual en el que la isla era visitada por grandes cineastas extranjeros como Godard o Agnès Varda. Mediante testimonios recogidos por su cámara y numerosos fragmentos de noticiarios y reportajes, Ferraz elabora un minucioso retrato del equipo de producción, en especial, de los artífices del acabado formal de aquella obra, esos dos mamuts (así los llama) que fueron Kalatozov y el director de fotografía, Sergei Urusevsky, de su personalidad, de sus obsesiones (la luz plateada y el cielo nublado en el caso de Urusevsky, realizar el monumento épico definitivo de la exaltación de la revolución cubana, en el caso de Kalatozov). La voz en off del propio Ferraz, nos guía a través de un recorrido lineal de imágenes perfectamente ensambladas desde los hechos anteriores al rodaje hasta el fracaso de la película y su importancia posterior que lo emparentaba con el Cinema Nuovo brasileño, terminando con la sorpresa de los propios protagonistas al conocer su éxito después de tantos años. El documental no da ninguna descripción técnica de la elaboración de los planos, no esperéis una explicación de cómo se rodó, por ejemplo, la asombrosa secuencia del funeral. La intención de Ferraz no es esa, sino dar una visión compleja desde numerosos puntos de vista, de los ideales de una época, y reflexionar sobre la importancia de la preservación de las obras de arte y el paradójico destino que deben soportar algunas de ellas.

Termino la jornada con Factotum, el nuevo trabajo de Bent Hamer que ya fue premiado con Kitchen Stories hace dos años. Basada en la novela semi-autobiográfica de Charles Bukowski, escritor maldito, que relata su juventud a través del personaje de Henry Chinaski, su alter ego, excéntrico personaje que va de trabajo en trabajo con el único fin de conseguir algo de dinero con el que apostar a las carreras, obsesionado con el sexo y con emborracharse, y que escribe relatos que nunca publican. Aunque Hamer muestra con precisión la sordidez del mundo que le rodea, sin embargo, no es capaz de retratar con acierto la rebeldía del personaje, que en ocasiones parece más un vago que un provocador desencantado, y se muestra demasiado dependiente de las lacónicas sentencias de la voz en off que describen su particular visión de la vida, del trabajo, de la escritura, y del riesgo que hay que correr para llegar hasta el final. El film cuenta con un gran trabajo de Matt Dillon, que ya suena para el premio al mejor actor y está repleta de un humor absurdo y melancólico, más ácido que en su anterior trabajo y que recuerda al cine de Wes Anderson, pero en conjunto resulta demasiado irregular.