Le couperet (Arcadia) Frozen Lü Cao Di (Ping pong mongol)

Mucha expectación se ha generado en torno al 50 aniversario de la Seminci, no sólo por lo que esa cifra supone, también por el rumbo que tomará a partir de ahora con el cambio de director, después del bajo nivel demostrado en las últimas ediciones. Desde la dirección han optado por el camino fácil y no por ello el menos malo. Para la sección oficial han traído los últimos trabajos de viejos conocidos: Saura, los hermanos Dardenne, Von Trier, Costa-Gavras (se hecha en falta a Atom Egoyan y a Kitano)..., apostando a la vez por jóvenes valores. Y han aglutinado en un solo ciclo montones de películas premiadas con anterioridad. Intentaré centrarme en las tres secciones a concurso, pero la tentación de ver alguna de aquellas joyas puede ser demasiado grande. También evitaré las películas que ya he podido ver gracias al DVD, como Shanghai Dreams, de Wang Xiaoshuai, uno de los referentes de la llamada Sexta Generación, que presenta este año su peor trabajo hasta la fecha. Y ahora me pregunto por qué no estuvo alguno de sus anteriores films en el lamentable ciclo que dedicaron el año pasado al cine chino. Ellos sabrán… Comencemos.

El festival arrancó con el último trabajo del director griego Costa-Gavras, al que la Seminci dedicó una retrospectiva en la 48 edición y que en seguida mostró su deseo de estar en la inauguración de este año. El cine de Costa-Gavras siempre se ha caracterizado por su compromiso por airear, de forma abierta y con contundencia, las miserias y vergüenzas de la sociedad, especialmente las de sus dirigentes, una forma de cine que se conoce habitualmente como cine político. Aunque en ocasiones peque de ser demasiado directo en sus planteamientos, dejando poco terreno para la reflexión del espectador, no se puede negar al menos que esas punzantes críticas carezcan de cierto interés y oficio. Y de estas dos propiedades, Arcadia (Le Couperet), el film que tratamos, va sobrado a partes iguales. Pero lo que más llama la atención en esta ocasión, es la presencia constante de humor, un humor muy negro, que lo aleja en cierto modo del resto de su filmografía. Arcadia está basada en la novela negra de Donald A. Westlake, The Ax, sobre un ingeniero químico de unos cuarenta años que es despedido de la fábrica papelera en la que ha trabajado durante quince. Dos años y medio después, sigue sin encontrar un empleo y su vida se encuentra al borde del colapso económico y familiar. Desmoralizado, se obsesiona con la idea de trabajar para Arcadia, la única empresa de su sector que queda en el país tras la reestructuración y "deslocalización" del resto, para ser trasladadas a los países del este, donde la mano de obra es más barata. Para alcanzar su propósito toma la difícil decisión de eliminar a todos los aspirantes que pudiesen hacerle sombra.

Con esta premisa, Costa-Gavras compone una feroz sátira del ultraliberalismo que impera cada vez más en la sociedad europea, dejando al descubierto la pérdida de valores que provoca una conducta demasiado individualista de sus miembros, obligados a competir entre ellos con demasiada agresividad. Pero su ataque también va dirigido al inmovilismo del protagonista, incapaz de de abandonar su nivel de vida, que lo lleva a convertirse poco a poco, como bien ha definido el director, en un depredador, que actuará al margen de la sociedad y que, erigido en rey de la manada, hará cualquier cosa con tal de proteger a su familia (como demuestra el episodio del hijo), sin preocuparse de la inmoralidad de sus actos. Resultado este último, que emparienta al film con Mystic River, en la que Clint Eastwood reflejaba su particular crítica contra una sociedad enferma que provoca y tolera las conductas primitivas. De haber estado ambientada en Estados Unidos, conformaría con aquella, un lúcido díptico sobre la decadencia del Estado como de protector y preservador del bienestar del pueblo. El director griego disfraza sus dardos con un dinámico juego de suspense en torno a los asesinatos, que confiere el ritmo necesario a un relato de casi dos horas. Sin embargo, no hay gravedad en los crímenes, al contrario, aparecen despojados de intensidad dramática. Algunas muertes llegan a resultar hasta ridículas, trivializadas, acorde con la gran burla que nos muestra Costa-Gavras, y que también recae sobre el propio personaje (bien interpretado por el actor José García), llegando incluso a caricaturizarlo mediante los numerosos anuncios que intercala mostrando ese lugar idílico al que debe aspirar (el título en español, Arcadia, por una vez resulta más significativo que el original, que se traduciría como La Cuchilla). A pesar de que en ocasiones opte por recursos fáciles para mantener la intriga, o por discursos demasiado explícitos, Arcadia es un film a tener en cuenta, sin duda, superior a Amén, su anterior trabajo, y un buen comienzo para el festival.

La decepción del día vino a cargo de la cinta inglesa Frozen, de Juliet McKoen, presentada en la sección Punto de Encuentro. Y hablo de decepción, porque en principio la historia planteada era sumamente interesante, una especie de thriller sobrenatural sobre una joven que intenta averiguar desesperadamente lo ocurrido a su hermana, desaparecida misteriosamente dos años antes. El dolor y el vacío que siente desde que aquel incidente la lleva a obsesionarse con una cinta de seguridad que recoge sus últimos momentos mientras paseaba por un callejón. En ella descubre un fotograma "intruso", una imagen borrosa y difícil de definir, en la que sólo ella cree ver el rostro de su hermana. Pronto descubrirá en ese callejón, una puerta entre dos mundos que terminará por trastornarla, hasta el punto de ser incapaz de determinar lo que es real y lo que no. El título hace referencia, al mismo tiempo, a esa imagen congelada y al lugar donde se desarrollan los hechos, un frío pueblo situado al nordeste de Inglaterra, filmado eso sí con gran belleza. Pero también al estado existencial en el que vive la protagonista. El film oscila entre momentos de gran interés y el puro tedio, McKoen estira la historia innecesariamente, con escenas repetitivas y totalmente prescindibles en las consultas con el vicario, además de rodar con bastante simpleza unas escenas oníricas que no consiguen dotar de la trascendencia necesaria a su preocupación por el dolor y la muerte, y la influencia de los recuerdos en nuestra percepción. Propósito que guarda cierto parecido con La Jetée, aquel cortometraje el que Chris Marker reflexionaba sobre el tiempo, la muerte y la memoria a partir de una imagen enigmática. Claro que a él le bastaron 28 minutos para crear una obra maestra.

El día se completó con el largometraje chino Ping Pong Mongol (Lü Cao Di), de Hao Ning, que vino acompañado de un imaginativo corto de animación, Maestro, del que no desvelaré nada. Mongolia es un territorio dividido en dos por el desierto del Gobi. La parte sur, llamada Mongolia Interior, es una región autónoma perteneciente a China. En este marco, las vastas y monótonas estepas, se desarrolla esta historia tres niños de 7 años, que un día descubren un extraño objeto esférico que desconocen: una pelota de ping pong. Esta película es carne de festivales (sería raro que no se llevase el premio del público). Es una comedia sencilla, amable, con personajes que despiertan fácilmente la empatía del espectador, filmada en hermosos planos (la mayoría muy largos, dejando ver la belleza natural del paisaje) a modo de fragmentos aislados de vida, pero con un hilo conductor que los une, y que poco tiene que ver con el cine que se está haciendo actualmente en China. La pelota es un elemento simbólico que representa la extrañeza de un pueblo nómada que vive prácticamente aislando ante los aparatos propios de la modernización. También simboliza la inocencia de unos niños que pronto abandonarán la infancia, esa estepa que los protege, y marcharán a la ciudad para instruirse en la escuela donde les desvelarán todos esos secretos que aún no comprenden. Bonita y poco más.