Manderlay Mi Nikifor (Mój Nikifor) Conversaciones Con Otras Mujeres (Conversations With Other Women)

 

Comienzo la jornada final de la 50 edición con gran cansancio acumulado y sabiendo ya el resultado del palmarés, muy discutible por cierto, y del que me reservo mis opiniones para el resumen que haga de toda la semana. Por suerte, el último día vino a iluminar un poco la tónica mediocre que ha caracterizado la sección oficial. No me decepcionó, pero tampoco me maravilló tanto como esperaba, Manderlay de Lars Von Trier, la segunda parte de su trilogía sobre Estados Unidos. Aunque hay que reconocer que el público reaccionó muy favorablemente, siendo posiblemente la más aplaudida de todas. La historia retoma a la protagonista de la primera parte, Grace, esta vez interpretada con gran acierto por Bryce Dallas Howard, en el mismo punto donde terminó aquella. En el camino de vuelta desde Dogville, la cuadrilla de gángsteres se detiene a descansar delante de una plantación de algodón en Alabama. Allí se encuentran comunidad que todavía practica la esclavitud, que fue abolida sesenta años antes, y la bondadosa y justa Grace (reflejo del propio espectador), fiel a sus principios y en contra de la opinión de su padre, decide imponer a la fuerza un sistema democrático y enseñar a los esclavos las virtudes de la libertad y el sufragio. Lo que no sabe es que la igualdad es imposible en este tipo de sociedad y que el oprimido tal vez no desee cambiar. Manderlay continúa la senda brechtiana iniciada por Dogville, con una puesta en escena teatral sin apenas decorados, fragmentada en capítulos y relatada por la voz de un narrador omnisciente que describe los actos y las emociones de los personajes. Pocas novedades formales se advierten, tan sólo una oscuridad menos acusada y la utilización de edificios de dos alturas, pero su discurso (porque es una película ante todo discursiva, quizá su gran defecto) sigue intacto, y es incluso más mordaz que el anterior. El pasado esclavista de Estados Unidos es tan solo uno de los blancos de las críticas del danés, que en forma de parábola, arremete contra la hipocresía moral, el conformismo, y la dictadura del capital, una forma de esclavitud más sutil e igual de eficaz. Suenan de nuevo los acordes de Bowie, y entre fotografías cargadas de ironía, finaliza su certera patada en el bajo vientre de los valores de las sociedades occidentales.

Más modesta y contenida, pero sumamente interesante resultó Mi Nikifor (Mój Nikifor), del polaco Krzysztof Krauze, que narra los últimos años de vida del prolífico pintor naif Nikifor (interpretado por la actriz de teatro Krystina Feldman), mendigo estrafalario y enfermo de tuberculosis, y la extraña relación de amistad y dependencia que entabla con otro pintor, Mariam Wlosinski, de tendencias más académicas. Asqueado al principio por su aspecto andrajoso y su accesos de tos, molesto después por la envidia que sufre hacia su obra y las críticas del propio Nikifor, Wlosinski finalmente comprende la genialidad que se esconde en su pintura y la necesidad de preservarla y darla a conocer, propósito por el que llegará a dedicar por entero su vida al cuidado de Nikifor, a riesgo de sacrificar sus relaciones familiares y su propio futuro como artista. Con un tono de comedia sencilla que recorre toda la historia, sin caer nunca en el sentimentalismo gratuito, Krauze ironiza con la ingerencia de la política y el dinero en el arte, y a partir del personaje de Nikifor reflexiona sobre la relación del autor con su obra y el acto creativo como forma de entender el mundo, de observar la vida, el verdadero legado del pintor a su cuidador.

También me dejó muy buen sabor de boca la última película que pude ver en el festival, Conversaciones Con Otras Mujeres (Conversations With Other Women), sorprendente propuesta con la que Hans Canosa lleva la fragmentación del encuadre hasta el límite, al servirse durante todo el metraje de la técnica conocida como "pantalla partida". Pero el uso que hace de este recurso no es el habitual para contraponer situaciones, sino que cumple múltiples funciones. La principal es la de sustituir el clásico plano-contraplano, encuadrando la misma conversación desde dos puntos de vista, cada uno centrado en uno de los dos personajes, un hombre y una mujer que se reencuentran tras muchos años y entablan un intercambio de réplicas y seducciones. Pero también provoca la ruptura del espacio y del tiempo, al utilizar una de las dos partes para referenciar escenas del pasado (a modo de recuerdos, casi siempre sin ninguna relación), o al mostrar simultáneamente versiones alternativas del mismo presente debidas a la imaginación o los deseos de los protagonistas, que establecen un inteligente desdoblamiento entre lo que oímos y lo que vemos. El juego que propone Canosa al principio descoloca al espectador, que sufre para poder seguir las conversaciones, pero pronto descubre que no se trata de un artificio caprichoso, sino que alude, a modo de metáfora, a la soledad en la que viven, y el ingenio del que hace gala el espléndido guión (muy irónico y quizá demasiado teatral) y las excelentes interpretaciones de Aaron Eckhart y Helena Bonham Carter, terminan por crear la suficiente tensión para mantener la atención durante toda la película.