El laberinto del fauno La hora fría Ils Duelist Broken

Existe un punto común en que el convergen las tres películas que más interés nos han despertado en esta primera, y en general bastante floja, jornada del Festival de Sitges: su profundo arraigo en acontecimientos sociales, bien sean pretéritos (la Guerra Civil española), presentes (la falta de valores éticos de la infancia), o con una presunta influencia en el futuro próximo (las tensiones actuales entre Oriente y Occidente); largometrajes donde el elemento fantástico actúa como un transparente velo incapaz de esconder que la maldad ya sólo puede ser producto del ser humano.

Tanto El Laberinto del Fauno, de Guillermo del Toro, como La Hora Fría, de Elio Quiroga, centran su discurso en los mecanismos que tiene la infancia para evadirse de una realidad que le es hostil. Una emplaza la acción en los años posteriores a la Guerra Civil Española, en una nueva actualización de Alicia en el País de las Maravillas; y la otra nos cuenta la historia de un niño que ha crecido en un mundo post-apocalíptico soñando con un mar que no conoce, y que anhela por encima de todo. Decíamos que existían por tanto, dos puntos en común. En realidad, y al menos en lo que atañe a estos dos títulos debemos añadir uno nuevo: el fracaso último a la hora de concretar sus aspiraciones. En el caso de Guillermo del Toro, la utilización de la visión de un niño como medio conductor de la historia no es desde luego una novedad, pues se había servido ya del mismo esquema en dos ocasiones anteriores. Los referentes inmediatos hay que buscarlos en El Espinazo del Diablo y en menor medida, en Cronos. Ambas comparten con su último trabajo la estructura de cuento a medio camino entre lo imaginario y lo macabro, en torno a las formas del mal vistas a través de los ojos de un inocente. Sin embargo, se ha operado un cambio notable con respecto a aquella, ya que en esta ocasión Del Toro ha preferido darle más importancia al contexto histórico adecuando el tema del mal a la esencia del fascismo. Y es aquí donde de nuevo comete un error. El Espinazo del Diablo dejaba de lado el trasfondo (la guerra se convertía en una mera excusa) para contar una historia de fantasmas demasiado simple. Ahora comete el defecto contrario, donde antes había escasez, ahora hay saturación. Pero es en el tratamiento visual, la dirección y sobre todo en la concepción de la psicología de los personajes donde vemos el mayor problema. Y es que su obstinación por crear personajes unidimensionales llevados al extremo, simplificando así el relato, obviando cualquier ambigüedad al dividir toda opción moral en dos bandos bien diferenciados, uno blanco y otro negro que sirvan de representantes de la inocencia y la crueldad, al verse enmarcados en un contexto histórico, resultan excesivamente grotescos. A ello se suma que Del Toro permanezca demasiado fiel a un estilo que ha ido forjando durante años y que deja poco espacio al espectador, debido especialmente en la utilización de secuencias encadenadas donde la realidad y la fantasía terminan por ser difícilmente diferenciables, y al uso constante de la música, lo que obvia cualquier intervención por parte del espectador. En ese sentido Cronos nos parece un film mucho más logrado, donde el tránsito entre lo real y lo fantástico no dejaba al descubierto el andamiaje. Por supuesto Del Toro sigue fiel a sus obsesiones: esa unión casi enfermiza entre la mecánica y el cuerpo, la cirugía, el tiempo y la muerte. Pero continúa jugando casi todas sus bazas a una inventiva visual apabullante. No ponemos en duda que este sea un paso más en su maduración como director, como el mismo ha reconocido. Es más, intuimos que aún le queda camino por recorrer, aunque el calificativo de eterna promesa ya empieza a rondarnos por la cabeza. Ante las expectativas creadas tras su excelente acogida en Cannes, la sensación final es de frustración.

En comparación, La Hora Fría es un film con numerosos defectos y aciertos limitados. La cinta de Elio Quiroga, pasa por ser una mezcla de terror y ciencia-ficción que termina por reunir todos los tópicos habidos en estos géneros y que debe mucho a los relatos de Matheson y a las películas de zombis surgidos por la acción de un virus creado por el hombre. En un cine como el español, que por desgracia depende en exceso del guión, que este sea previsible y además contenga defectos en los diálogos ya es preocupante. Y lo que es peor, el director no se contenta con realizar una cinta de género al uso e intenta abarcar demasiado introduciendo una burda reflexión política sobre el rumbo que sigue el mundo en la actualidad. Es precisamente esa constante reiteración en la concienciación moral lo que más molesta. Tampoco la atmósfera está plenamente conseguida, en ningún momento existe la sensación de peligro.

También Ils guarda alguna que otra semejanza con el film de Guillermo del Toro, dado que en ambos largometrajes el elemento fantástico termina desmoronándose ante la malévola existencia de lo real. La ópera prima de David Morau y Xavier Palaud se vertebra alrededor de las convenciones más o menos tópicas del survival, un subgénero del terror que, retomando la brutalidad y la ruda fisicidad de los años '70, parece experimentar una segunda juventud. Ils, por tanto, no es más que la desasosegante crónica del hostigamiento que sufre una joven pareja francesa residente en un caserón aislado de Rumanía a cargo de un enemigo invisible. Pero a diferencia de "clásicos" modernos como Alta tensión, los directores de Ils no sobrecargan el encuadre buscando la creación de una atmósfera mefítica, sino que se decantan por un look más cercano al hiperrealismo. En este sentido es una nieta directa de La matanza de Texas, a juzgar por el uso constante de la cámara en mano, con sus bruscos movimientos como herramienta para provocar inquietud. El formato de vídeo en alta definición, así como el notable grano de la imagen confieren al largometraje una textura de pesadilla real y posible, a pesar de que el acoso continuado y omnipresente del supuesto psicópata adquiere un tono eminentemente fantastique, gracias al empleo de las sombras, de sus súbitos y fantasmagóricos movimientos, y en particular de la brillante utilización del sonido en off. Sin embargo, como hemos apuntado en el comienzo, lo real acaba engullendo a lo fantástico, e Ils, con todos sus defectos, puede verse como el reverso tenebroso de El laberinto del fauno, es decir, como una sombría negación de la inocencia infantil, lo cual unido a su carácter de historia basada en hechos reales, acrecenta todavía más su macabro poder de perturbación.

Hay que reconocer que solo una cinematografía como la surcoreana puede parir una película tan descacharrante como Duelist, una suerte de desvergonzado -y en muchas ocasiones, también de vergüenza- swordsplay que mezcla sin pudor toda clase de géneros, en la más pura tradición de la hibridación temática que ha regido al mainstream surcoreano en los últimos diez años. Artes marciales, comedia gamberra, historia de amor, (leve) intriga sociopolítica, ingredientes mezclados en una estilizada batidora que termina engendrando un indigesto cóctel, un extravagante largometraje de interminable metraje. Pero lo peor de Duelist no es su tendencia a la saturación visual y sonora, ni siquiera su gratuitad estética -un ejercicio de estilo tan pomposo como estéril- , sino el saber que detrás de este deslavazado artefacto fílmico se encuentra un cineasta con talento e inventiva visual, Lee Myung-Se, que años atrás debutaba con la muy interesante Nowhere to hide, un arriesgado thriller cuya novedad radicaba en ralentizar las escenas de acción y acelerar los momentos cotidianos. En Duelist se advierten ecos visuales de Nowhere to hide, a modo de pequeña rúbrica dentro de ese gran entramado comercial al que pertenece el film: algunas secuencias de lucha como el duelo en un oscuro callejón; o ciertos efectos estéticos. Detalles, pequeñas pinceladas incapaces de levantar un barco que se hunde por su falta de consistencia, por una lacra de discurso que, como también es habitual en algunos films de la península, culmina con un abrupto giro al melodrama más lacrimógeno.

Por último, y dentro de la Sección Oficial Mèliés se programó Broken, una producción británica que al igual que Ils, se adhiere al género del survival horror. Desgraciadamente, Broken no deja de ser un olvidable largometraje de serie B, rodado en un insulso formato digital, mal planificado y peor actuado; un exploit que recuerda a la saga Saw -en el pretendido carácter moral de las acciones del sociópata-, y que se pierde en un banal regocijo de la violencia explícita y la truculencia visual.