The host Tzameti A scanner darkly
Taxidermia Interkosmos First on the moon

En los últimos años, es ineludible reconocer que el Festival de Cine de Sitges ha tomado el fantástico como género de partida para luego transitar vías paralelas y alguna que otra carretera perdida (sic). No dudamos que esta expansión cinematográfica tenga un evidente fin comercial, en un intento por elevar al certamen por encima de esa coletilla –en demasiadas ocasiones peyorativa- de cine fantástico. Un hecho que, por un lado, ha conducido al festival a un cierto estado de ambivalencia, pero que por otro permite disfrutar al espectador de una variada gama de películas. Este eclecticismo fílmico se ha hecho patente en la segunda jornada, donde se ha programado una soberbia monster movie (The Host), un hermético thriller psicológico (Tzameti), una parábola futurista de ciencia-ficción (A Scanner Darkly), una rareza inclasificable (Taxidermia), y dos mockumentaries (Interkosmos y First On The Moon).

Sin ánimo de parecer oportunista, últimamente se cuentan con los dedos de una mano las buenas películas procedentes de Corea, una cinematografía que tras "explotar" mundialmente a mediados de los '90, parece pagar el esfuerzo de tal revolución a través de cierta repetición y sobreexplotación de sus rasgos más inequívocos. De hecho, han sido pocos los cineastas que han sobrevivido a la primera criba de autores, donde jóvenes promesas que brillaron con sus obras de debut han tenido que reciclarse bajo productos más convencionales o simplemente desaparecer. Afortunadamente este no es el caso de Bong Joon-ho, brillante realizador que encara su tercer largo tras triunfar con la multipremiada Memories of Murder. El surcoreano pasa por ser uno de esos directores modernos que se enfrentan al género mediante su desarticulación, diseccionando sus mecanismos y exponiéndolos abiertamente, jugando con ellos e imbricándolos pero sin que estos pierdan nunca su esencia y/o su fuerza intrínseca. The Host, donde seguimos las peripecias de una familia de clase media-baja en el combate contra un monstruo mutado por residuos tóxicos que ha surgido del río colindante, es un paso más en este afán por saltarse reglas y pervertir normas, una notable derivación moderna del kaiju-eiga que también funciona como drama familiar, comedia negra, film de aventuras, y sátira política, pero cuya intertextualización genérica no se basa en una implosión llevada al absurdo –como es el caso de Duelist- sino mediante la colisión pacífica de las formas y las convenciones –crf. véase la grandiosa secuencia del funeral de la hija pequeña de la familia, donde drama y comedia se entrelazan de forma natural transmitiendo una sensación extraña al espectador, que es conmovido al mismo tiempo que esboza una burlona sonrisa-, siguiéndolas pero al mismo tiempo cuestionándolas o directamente volatilizándolas. De ahí que Bong Joon-ho se dedique paso a paso a desmontar tópicos, mostrando al monstruo casi desde el comienzo en una secuencia totalmente anticlimática, revelando su génesis en un escueto prólogo no exento de rabiosa ironía –los vertidos tóxicos son realizados desde una base norteamericana en Corea (!!!)-, y en definitiva, y como los grandes cineastas, dando clases de cómo el género base no es más que una excusa para contar otra historia, como el monstruo es un elemento extraño pero necesario para narrar la disolución de toda una familia.

Por ello, resulta tremendamente insultante que muchos tachen a The Host de un mero divertimento, de film sin pretensiones dado su lúdico punto de partida que solo pretende hacer pasar un buen rato –que también-, e ignoren la profunda carga sociopolítica y moral de la película. Y es que al igual que Memories of Murder o Barking Dogs Never Bite, The Host es una historia sobre personas que se enfrentan a un elemento que no pueden controlar y que terminan superándolos, a acontecimientos que ponen a prueba su modo de vida, sus creencias y su fe, y que acaba por desmoronarlos. Pero también una dolorosa crónica sobre la destrucción de la familia –esta ya disfuncional-, sobre la imposible integridad de un núcleo humano que debe mutar ante el advenimiento de los nuevos tiempos, al mismo tiempo que una alegoría anclada en el presente de la paranoia colectiva hacia la guerra bacteriológica, en el mundo de la hipocresía mediática y dominación gubernamental, y en el temor hacia el Otro en el marco de una Corea multicultural.

Por último, no nos olvidamos de destacar la virtuosa puesta en escena de Bong Joon-ho –la fuerza y magnetismo de las (escasas) set-pieces con el monstruo como protagonista, o los múltiples detalles estéticos-, los trabajados efectos especiales de la criatura que a pesar de su naturaleza digital es posible apreciar su fisicidad, y la extraordinaria labor interpretativa de todo el equipo actoral y en particular de Song Kang-ho, magnífico una vez más. Y sí, The Host no es un film perfecto, lastrado por algunos baches narrativos, pero es una muestra de buen cine, y sobre todo, de un material difícil llevado a buen puerto, algo más complicado de lo que parece a simple vista.

La Sección Oficial nos legó a continuación otras dos buenas películas alejadas de la espectacularidad del largometraje surcoreano pero no menos estimulantes. Tzameti (13), dirigida por el georgiano afincado en Francia Gela Babluani, es un film social barnizado por las texturas del thriller psicológico. Un joven emigrante que trabaja en la casa de una pareja de burgueses decadentes roba un sobre que contiene un billete de tren y una reserva de hotel, adentrándose en un mundo turbio de ambientes enrarecidos y personajes enigmáticos. Tzameti parte de una buena idea que se desarrolla durante su contundente parte central, pero que perjudica a su comienzo –que por exceso de intriga se vuelve exasperante- y a su final –por previsible e innecesario-, pero es un trabajo realizado con brío y eficacia, donde el director desvela la podredumbre moral de los nuevos ricos, la pérdida de toda clase de valores éticos, y la actual mercantilización de la violencia. Babluani potencia ese paisaje humano cruel mediante su preferencia por un sucio blanco y negro, parecido al utilizado por Mathieu Kassovitz en El Odio, y que dota a su película de un adecuado tono de sordidez. Tzameti podría ser catalogada entonces como la versión realista de Hostel.

En A Scanner Darkly, Richard Linklater vuelve a demostrar sus cualidades como director todo-terreno capaz de tomar cualquier género cinematográfico para dinamitarlo y volver a construirlo, tras someterlo a un proceso de limpieza y puesta al día. Ya en Dazed and Confused manifestaba un interés por adaptar las constantes de géneros o subgéneros agotados, y en general, bastante denostados, a ritmos y formas en perfecta consonancia con el cine actual. En los últimos años es tal vez el director que más se ha implicado en este sentido, elaborando films efigie que integran un discurso tremendamente coherente. En esta ocasión el género escogido ha sido la ciencia-ficción, adaptando un alucinado relato de Philip K. Dick, sobre un detective que en su lucha contra el narcotráfico se ve arrastrado a la adicción de una nueva droga llamada "Sustancia D", que provoca desdoblamiento de personalidad en aquellos que han sido expuestos a sus efectos durante largos periodos de tiempo. Tema recurrente en la obra del escritor, consumidor confeso de este tipo de sustancias, la incertidumbre ante quién es realmente uno y cuáles son los mecanismos que modifican la psique humana, vertebran las numerosas adaptaciones de su obra. Lo que tampoco es totalmente ajeno a las inquietudes que ocupan el discurso de Linklater, cuyos personajes habitualmente en lucha consigo mismos, sufren un proceso de conocimiento interior que los lleva a transformar sus conductas. Experimentan un despertar. En ese sentido, tiene muchos puntos en común con la existencialista Waking Life, ya no exclusivamente en su impactante aspecto visual debido a la utilización de la técnica del rotoscopiado, ensayada ya en esta última con excelentes resultados. Aquí esta técnica de animación le concede una mayor libertad componer secuencias que esta obra de ciencia-ficción requiere, como los trajes que modifican la apariencia o las alucinaciones provocadas por las drogas. Tampoco se aleja en esta ocasión de otro de los elementos fundamentales de su cine, los diálogos. En el cine de Linklater, la palabra (y su ausencia), define y ahonda en el personaje, y en A Scanner Darkly, la verborrea intrascendente no es siempre sinónimo de locura.

Otro trabajo bastante esquivo y bizarro es Taxidermia, el primer largometraje que ha provocado las deserciones más importantes del Festival. Dirigida por el húngaro György Pálfi, se trata de una atípica película-río que, en el marco histórico de Hungría, narra las extrañas costumbres de tres generaciones de una misma familia, dominados por sus pulsiones más viscerales. Desde las aberrantes parafilias de un soldado perdido en un enclave rural, la desagradable pasión por la comida de un matrimonio obeso durante los años '60, o la enfermiza pasión de un joven timorato por la taxidermia, Taxidermia es un vasto catálogo de las perversiones de la carne, pero no mostradas de forma gratuita –si bien hay ocasiones donde se aprecia su intento de provocar- sino como vehículo escapista ante la represión, ya sea autoimpuesta, de carácter social o familiar. A destacar su segmento intermedio, una ácida sátira de la Hungría comunista, y su notable imaginería visual.

Interkosmos es el nombre que recibió un ambicioso programa soviético destinado a reunir varios países no aliados en un proyecto común que derrotase a Estados Unidos en la carrera espacial. A partir de una misión para colonizar algunas lunas de Júpiter y Saturno, Jim Finn construye un falso documental sobre la preparación del viaje y el entusiasmo que despertó entre los responsables del proyecto. Ante el escaso material del que dispone, tan solo imágenes de la campaña de publicidad que se organizó y unas grabaciones sonoras de comunicaciones entre la tierra y el espacio, y que en ningún momento demuestran ser reales, el director opta por la recreación en forma de musical, con absurdas coreografías en los entrenamientos de las astronautas. Ya desde los créditos iniciales nos damos cuenta de que lo que vamos a ver es fundamentalmente una burla de un video de propaganda. Las reconstrucciones con miniaturas, spots publicitarios de la época y la música final, compuesta para la salida del proyecto Interkosmos, lo confirman. Procedente del videoarte, Finn le otorga mucha importancia a la banda de sonido, y confía en exceso en el aguante del espectador ante las arduas y excesivamente alargadas secuencias confeccionadas por imágenes abstractas que fluyen lentamente con las intercomunicaciones de los familiares y amigos con la tripulación. Se nota que en su concepción, iba a ser un cortometraje.

Mucho más interesante resulta First On The Moon, de Alexei Fedortchenko, otro falso documental que reconstruye, a la manera de Ivan Istochnikov, un supuesto viaje a la luna en los años treinta, mucho antes de que lo lograsen los americanos. Sin embargo, Fedortchenko no describe en ningún momento el viaje en cuestión, sino el antes y el después: el camino que fue necesario recorrer hasta la gestación del mismo, desde la invención del cohete hasta la selección y preparación física y mental de la tripulación; y posteriormente, las complicaciones que surgieron tras el enigmático regreso de uno de ellos. Para ello utiliza escaso material de archivo, tan sólo unas imágenes grabadas en Chile sobre un extraño objeto que cayó del cielo y que ya anticipan el difícil retorno del cosmonauta, junto breves secuencias de la época, como desfiles, los primeros ensayos con los cohetes o la relación de los soviéticos con los alemanes. La mayoría de las imágenes son reconstrucciones ficticias rodadas en blanco y negro, sin sonido e incluso con menor número de fotogramas por segundo, para darle el aspecto que tendría el cine en aquella época, además de algunas supuestas entrevistas, ya en color, que el director realiza a algunos de los supervivientes de aquellos hechos, lo que lo convierten casi por entero en un film puramente de ficción.