Una
cosa tenemos clara tras la primera sesión del día: que
Michel Gondry no es Charlie Kaufman. De ello se confirma que The
Science of Sleep no es ni por asomo, Olvídate de mí,
a pesar de estar dirigidas por la misma persona. Y partir de ahí,
todo son decepciones. En realidad, su última película
debería llamarse "La Ciencia de Gondry", o cómo
hacer una película totalmente autocomplaciente. La génesis
de The Science of Sleep está inspirada claramente
en la vida y obra del propio director. En realidad, toda la trama
que gira alrededor de los sueños y su influencia en la vida
de las personas más "creativas", es una mera excusa
para desplegar toda su capacidad creadora. Al contrario de lo que
ocurría en su anterior trabajo, donde el imaginativo estaba
al servicio de la historia. De ahí que los devaneos sentimentales
del protagonista resulten tan poco atrayentes. Gondry se preocupa
más de construir alargados y repetitivos collages y videos
musicales que beben directamente de sus obras anteriores: videoclips
y spots publicitarios, con referencias directas al realizado para
Everlong de los Foo Fighters. Tan solo el ingenio
de algunos diálogos y ciertas ideas visuales brillan en esta
pobre cinta.
Brick,
debut en la dirección de Rian Johnson, ha resultado una placentera
sorpresa. La pirueta que se ha inventado este joven realizador conllevaba
a priori demasiados riesgos, pero ha salido triunfante del desafío.
La originalidad de Brick consiste en adaptar los temas y
las formas del cine negro, con mujer fatal incluida, a las películas
de instituto. No es tarea fácil. Su mayor virtud reside en
la honestidad y el rigor con que mantiene el espíritu del género,
readaptando todos los tópicos del cine de adolescentes, para
fundirlos con las influencias y homenajes de los mejores Hammet, Chandler
o Elroy, sin caer en ningún momento en lo zafio ni en lo paródico.
La oscura historia que narra la investigación de un asesinato
de una joven llevada a cabo por su ex-novio transmutado en detective,
tan enrevesada como contundente, resulta algo forzada en algunos momentos,
especialmente en lo extraño de ciertos comportamientos, pero
mantiene la tensión y el misterio en todo momento. Además
Johnson utiliza con acierto un estilo bastante sobrio y contenido
para la composición de las escenas, con los tiempos de los
planos muy bien medidos, lo que acrecienta el carácter enigmático
del relato. No hay que buscar discursos morales bajo la superficie.
Brick es un puro disfrute de género.
Uno
de los múltiples homenajes que el Festival de Sitges rinde
este año es dedicado al extraordinario realizador nipón
Kiyoshi Kurosawa, cuya inserción en el actual J-Horror solo
puede calificarse como de absurdo reduccionismo, ya que el discurso
de Kiyoshi -denso, complejo, metafísico- , complementado por
supuesto mediante su exquisita puesta en escena, se sitúa un
paso por encima de Nakatas, Shimizus, o Tsurutas. Programada dentro
de su (mínima) retrospectiva, Loft supone el regreso
del japonés al género del terror tras ese breve paréntesis
donde ha afrontado proyectos divergentes en la forma pero coherentes
en el fondo. Loft, incomprendida por la mayor parte del público
asistente a la proyección y que terminó por reírse
como estrategia ante su falta de asideros intelectuales, viene a ser
otra vuelta de tuerca a los motivos conceptuales de Kiyoshi: el aislamiento
emocional, la incomunicación, las carencias afectivas y el
desapego emocional. Su discurso se radicaliza y su puesta en escena
se vuelve aún más abstracta; las secuencias de terror
se construyen desde el anticlímax; el entorno rural ya no es
la última esperanza como en Charisma, sino que deviene
en creador de monstruos. Al igual que en Kairo, el más
allá -en este caso, una momia- nos advierte sobre nuestros
problemas, incide en el sentimiento de culpa, y revela nuestros demonios
interiores. En Loft ya no hay escapatoria, la redención
es imposible, el amor una quimera, el hombre es el mal y el mal solo
es el hombre. Loft no es un film fácil pero merece
la pena intentarlo. Curiosamente, el poco cine asiático visto
en Sitges ha elevado considerablemente la calidad del certamen. Y
todavía no habíamos visto…
La
primera gran película del festival, y afirmamos esto teniendo
presente lo mucho que nos ha gustado The Host y Loft,
vino a inaugurar la sección Seven Chances. Crickets
(Koorogi) es seguramente el trabajo más logrado de
Shinji Aoyama desde Eureka. Cronista de los desajustes emocionales
y espirituales de la juventud, de la desarticulación entre
lo moderno y lo tradicional en el Japón de nuestros días,
Aoyama podría considerarse junto con Kiyoshi Kurosawa, como
el director, de toda una generación de cineastas, que mejor
ha ahondado en los problemas de la sociedad nipona contemporánea
a partir de relatos sencillos en apariencia, pero de gran carga alegórica.
Al igual que su anterior y enigmática Eli, Eli, Lema Sabachthani?,
donde planteaba de forma casi mística la disociación
de la sociedad con el mundo que le rodea y proponía como terapia
de choque una inyección directa y en bruto, a través
de la música, de las distintas esencias que componen la realidad
cotidiana, Crickets admite varias lecturas a modo de capas.
Mediante un genuino toque lynchiano, las fronteras entre lo real y
lo onírico se difuminan. La historia de un monje portugués
que trajo el cristianismo a la región de Izu, parece entremezclarse
con la de una extraña pareja formada por un anciano ciego y
mudo y una bella y joven mujer. A pesar de su ceguera, el anciano
está en íntima comunión con el mundo mediante
los demás sentidos. Por el contrario, la mujer dedica su tiempo
a cuidar de él, lo alimenta y lo saca de paseo. De forma consciente,
es esclava de él, pero cuando conoce a dos extraños
jóvenes, siente la tentación de liberarse. Aoyama plantea bellas metáforas
sobre la ruptura y al mismo tiempo, la mutua dependencia que existe
entre dos generaciones.