Presentada
en Sección Oficial, Grimm Love Story es la reconstrucción
en clave de docudrama apagado y un tanto cobarde de un caso tristemente
célebre: el caníbal de Rohtenburg, un hombre que devoró
literalmente a otro en su casa, previo consentimiento de la víctima.
Bajo la dirección del realizador de videoclips Martin Weisz
–lo cual, tarde o temprano, termina por notarse demasiado-,
la historia de la relación entre ambos hombres es narrada a
través de la voz en off de una estudiante de Psicología
Criminalista, una suerte de Ana Torrent en Tesis, cuyo doctorado
versa sobre tal aberrante caso pero que a la vez se siente morbosamente
fascinada por el acto en sí, y por la personalidad de los implicados.
De Grimm Love Story pueden destacarse algunos aspectos, como
su intención de explorar esa malsana sugestión que todos
sentimos hacia lo prohibido o el objetivo de humanizar a los protagonistas.
Pero de la humanización a la justificación hay una línea
muy fina que la película termina por atravesar. Lo naturalista
da paso a lo grotesco, y las pretensiones del film se disparan, lo
cual no es nada malo, siempre y cuando se cumplan. Mas no se puede
pretender diseccionar clínicamente un caso tan horrendo y complejo
de una manera tan afectada y maniquea, con una crispada realización
que convierte un interesante docudrama en un thriller fotografiado
como Seven o El silencio de los corderos. Grimm
Love Story no es una historia de dos personas que se necesitaban,
es el caso de un enajenado que pretendía comerse a un tipo
que fue demasiado lejos en su enfermiza pasión por el masoquismo.
Renaissance,
de Christian Volckman, flamante puesta de largo de la animación
francesa, introduce una historia noir en un París
futurista recurriendo a todos arquetipos del género, a la manera
de Blade Runner. Las influencias son claras, desde Metrópolis
hasta Ghost In The Shell. En realidad, no deja de ser un
correcto thriller de ciencia-ficción, con devaneos metafísicos
incluidos, recubierto de un fastuoso envoltorio. Porque sí,
debemos admitirlo, como experimento visual es deslumbrante. Las posibilidades
que proporciona la exclusiva utilización del blanco y el negro,
estética heredada del cómic Sin City, de Frank
Millar, a través del motion capture con actores reales,
parecen no tener límites: la progresiva saturación a
partir de fuentes de luz, la modificación de la expresión
en los rostros de los personajes con ligeros cambios de luz, los reflejos
en los cristales mediante cambios de intensidad del blanco, la construcción
de planos con varios niveles, el efecto de las gotas de lluvia al
chocar contra el suelo... Todo ello está perfectamente orquestado
mediante una rigurosa planificación que consigue que el grado
de realismo alcanzado por estos procedimientos sea muy superior al
obtenido con otros métodos de animación. Sin embargo,
en su afán perfeccionista han confeccionado un relato demasiado
cerrado y previsible en ocasiones, como si hubiesen querido atar todos
los cabos. Para ser una película de animación, poco
deja a la imaginación del espectador.
Estrenada
mundialmente durante el último festival de Sundance, Right
At Your Door supone el acertadísimo debut en la realización
de Chris Gorak, director artístico de obras como El Club
de la Lucha o Miedo y Asco en Las Vegas. Su film viene
a ser un curioso experimento, mezcla de realista parábola política
y cine de catástrofes, al narrar la hipotética reacción
de un joven matrimonio cuando en una mañana de Los Ángeles,
una serie de bombas cargadas con productos químicos explosionan
en el centro de la ciudad, provocando el caos y la desesperación.
Su reducido presupuesto obvia por completo la pirotecnia habitual
de estos largometrajes –de hecho, algunas escenas del polvo
tóxico expandiéndose por la ciudad son imágenes
de archivo de los bombardeos en Irak- para centrarse en la reacción
desesperada del marido, que decide acuartelarse en el hogar ante la
presunta contaminación, desarrollándose una tensionada
pieza de cámara –y atención a la banda sonora
eléctrica del habitual de Alexandre Aja, Tomandandy-. Right
At Your Door, que podría ser un supuesto prólogo
elíptico del Soy Leyenda de Richard Matheson,
funciona perfectamente a varios niveles: por un lado, es una crónica
sobre la conducta humana cuando se le expone a una situación
límite, y por otro, una cruel e inteligente metáfora
de la política aislacionista de los Estados Unidos, en la línea
marcada por M. Night Shyamalan en El Bosque. Si los festivales
fueran justos, el trabajo de Gorak debería tener un sitio seguro
en el palmarés final.
Muchas
esperanzas habíamos depositado en Dog Bite Dog (Gau
Ngao Gau), del director hongkonés Soi Cheang, que ya estuvo
en Sitges hace unos años con New Blood y es autor
de un muy interesante thriller titulado Love Battlefield,
pero la decepción ha sido, de nuevo, considerable. En realidad,
Dong Bite Dog es un film más que decente en buena
parte de su metraje, pero el violento y seco policiaco que Soi plantea
al inicio, y que conduce con cierta habilidad, aunque con algunos
altibajos, hasta la última parte de la película, termina
dinamitado por completo con un bochornoso giro dramático. La
causa hay que buscarla en el planteamiento inicial, la pretensión
de humanizar a una bestia asesina a través del amor. Primero
porque es un recurso ya utilizado en incontables ocasiones y casi
siempre con resultados discutibles. Y segundo porque para ello introduce
uno de esos personajes odiosos que uno está deseando que desaparezcan
cuanto antes del relato porque provocan graves problemas en el
ritmo de la película. En realidad, es algo que observamos inherente
a casi la totalidad del cine hongkonés, siempre proclive a
caer en dramatismos exagerados, y habitualmente falto de sutileza.
Aunque esto último no lo consideramos forzosamente un defecto.
En ese sentido, esta película aglutina a partes iguales las
mejores y las peores cualidades que caracterizan esa cinematografía.
Aún con ello, Dog Bite Dog presenta una brillante
construcción de las escenas de acción, de una crudeza
y una sequedad poco frecuentes. Además, Soi Cheang parece haber
pulido su estilo, moderando su tendencia a ralentizar innecesariamente
los planos, y utiliza un montaje más coherente y menos
dado al efectismo, defectos que lastraban su anterior Love Battlefield.
La primera sesión
sorpresa de Sitges, fuente de miles de hipótesis y un cúmulo
de elucubraciones, se saldó con el Auditori casi vacío,
y con la presentación de El Bosque de Sombras, también
debut de Koldo Serra, que ya había triunfado en el circuito
festivalero con su corto El Tren de la Bruja. Serra es un
realizador que forma parte de una nueva generación de cortometrajistas
españoles con un gran porvenir; son jóvenes, tienen
estilo rodando, poseen buenas ideas visuales, y sobre todo, consiguen
darle un buen lavado de cara al cine de género que se realiza
en este país. El propio director afirma que en un principio
era un proyecto más sencillo, que pensaba rodar en pocos días
y con menos actores, pero que la implicación de la productora
lo convirtió en un producto más ambicioso. Con la presencia
internacional de Gary Oldman, Virginie Ledoyen y Paddy Considine,
El Bosque de Sombras es claramente un remake inconfeso
de Perros de Paja de Sam Peckinpah, a diferencia de que aquí
son dos parejas (extranjeras) las que visitan una casa situada en
un intrincado pueblo de la España profunda. La violencia intrínseca
del ser humano, la animalización del hombre, la involución
de las zonas rurales, son aspectos que abarca la opera prima de Koldo
Serra, mediante una inteligente transposición de roles que
supone una peculiar relectura del género y de sus personajes.
Película áspera, con ecos de western rural,
donde el realizador le imprime un fuerte carácter setentero
a la dirección, El Bosque de Sombras se resiente de
cierta falta de in crescendo dramático, pero es un
inicio muy prometedor de un joven cineasta con talento.