The fountain Moscow zero Retribution Isolation La gorgona

En esta sexta jornada pudimos ver por fin dos de los títulos anhelados por estos cronistas y finalmente más interesantes de lo que hemos podido ver hasta ahora en este festival. A la esperadísima película de Aronofsky que tanta polémica ha levantado en su paso por Venecia se le suma el nuevo acercamiento de Kiyoshi Kurosawa a su género predilecto. Con la vista ya puesta en los dos films del maestro, y ya habitual por estas tierras, Johnny To, que se presentan mañana, parece que la organización ha decidido reservar lo mejor de la programación para la segunda mitad del certamen debido a la coincidencia con el puente del Pilar. Suponemos que a ese incremento de la calidad de las películas le acompañará un aumento también de la afluencia de público que hasta ahora está siendo bastante escasa en comparación con otros años. De momento se percibe que las colas ocupan mayores extensiones.

Si hay algo de lo que no podemos tildar a Darren Aronofsky es de ser un director acomodado. Con solo tres películas, ha demostrado encarar cada una de ellas con el compromiso de ahondar en diversos mecanismos del lenguaje cinematográfico con un único fin: explorar la psique humana. En el fondo, aunque lo que pueda llamar más la atención de su cine sea su cuidada estética, Aronofsky es un cineasta de la introspección, preocupado por rastrear lo que se esconde tras las acciones físicas de sus protagonistas. En The Fountain –recordemos, un desastroso proyecto que el norteamericano ha logrado completar tras muchísimas trabas- no nos encontraremos ante su trabajo estéticamente más poderoso, no disfrutaremos de ese look granulado y desairado de Pi ni del hipnótico montaje de Réquiem por un Sueño, pero por el contrario nos enfrentaremos a su largometraje más ambicioso, alegórico y posiblemente intimista, ya que se sustenta en un relato de una sencillez alarmante. Basada en una novela gráfica, The Fountain no es más que las tribulaciones de un doctor que lucha por salvar a su mujer enferma de cáncer, una arrebatada historia de amor intemporal, una batalla interior donde el protagonista se desdobla en sus distintos yoes, desde aquel que infructuosamente lucha de forma visceral por encontrar la cura –y que el director, por medio de una novela que la esposa va escribiendo, sitúa en la España del siglo XVI- hasta el yo que reflexiona pacíficamente sobre la aceptación o no de la muerte. Sacudida por momentos de desgarradora belleza y de una poética inusitada, energizada nuevamente por la memorable partitura de Clint Mansell, The Fountain no es una obra perfecta –esa manía de ciertos realizadores modernos por subrayar el símbolo hasta privarlo de su valor intrínseco; un montaje final que tiende a la desazón narrativa- pero es un film muy arriesgado, que obliga a la audiencia a realizar un esfuerzo intelectual raro para los tiempos que corren, y que dentro de su irregularidad encuentra su trascendental razón de ser. El propio Aronofsky comentaba que pretendía realizar una reflexión sobre las religiones, mezclando la maya, la católica y la budista, un aspecto sobre el que conviene recapacitar en ulteriores visionados de la película, a todas luces necesarios.

Nos lo habían avisado unos días antes, pero uno lee el argumento y cree inconscientemente que la idea es atractiva, que tal vez va a encontrarse con una sorpresa. Ve, a traición, el trailer, y piensa que la factura parece aceptable, que después de todo no será tan mala película. Pues sí, lo era, y hasta decir basta. Moscow Zero, última película de María Lidón, más conocida como Luna, la autora de Stranded (Náufragos) y Yo Puta, es un de los títulos más mediocres que hemos podido ver hasta el momento en este certamen. Partiendo de guión mal construido, lleno de tópicos y con diálogos de chiste, es difícil llevar un proyecto a buen término, y más con esas pretensiones. Pero una dirección mediocre, incapaz de crear una atmósfera terrorífica, que ilumina a su antojo a los personajes, y con los movimientos de cámara más torpes que se han visto para mostrar a las criaturas sobrenaturales, desde luego no soluciona el embrollo en el que se mete la directora. Lo más triste es que para su distribución internacional se beneficiará del reparto internacional y de haber sido rodada en inglés. A ello contribuirá la "agresiva" campaña de marketing que alguno de nuestros compañeros de aventuras ha llegado ha sufrir. Cuando no hay virtudes a las que aferrarse, algunos apelan incluso a la belleza de la directora.

Nos encontramos algo desconcertados ante la fría acogida que han tenido en este festival los dos últimos títulos del maestro nipón Kiyoshi Kurosawa. Ya comentamos anteriormente que Loft, para nuestro asombro, había provocado incluso sonoras carcajadas. Pero especialmente sorprendente es la escasa repercusión que ha tenido Retribution (Sakebi), auténtico film compendio de toda su obra fantástica, y al mismo tiempo, un paso más en su evolución estilística. Esta última podría considerarse un puente entre la variante establecida en Loft (y en parte Seance) y las inquietudes planteadas en las que podrían considerarse sus tres obras mayores: Cure, Charisma y Kairo, donde el espacio urbano deshumanizado adquiría connotaciones apocalípticas. Bajo el auspicio de J-Horror Theatre, Kurosawa retoma el personaje del detective (de nuevo el gran Kôji Yakusho) inmerso en una cadena de misteriosos crímenes, para plantear un film policiaco que deriva hacia lo sobrenatural por el borde de la locura. Pero lo primero que llama la atención en Retribution es la extrema corporeidad que presentan los fantasmas. Si en sus obras anteriores su presencia se intuía con una sombra que atormentaban a los personajes, dejando claro que el fantasma no habita un espacio fijo sino que permanece unido, como un peso, a la conciencia, en esta ocasión llegamos a ver primeros planos de los mismo e incluso llegan a tocar a los personajes. No entendemos esta variación como un giro comercial que lo aproxime a otros títulos del terror japonés reciente, al menos no exclusivamente, sino que cumplen una función perfectamente definida. En Retribution la figura del fantasma es doble, vengativa y al mismo tiempo, admonitoria. Eso explica la existencia de múltiples formas, y el hecho de que en un momento dado uno de ellos salga volando. El fantasma principal, la mujer de rojo, no nace de un sentimiento de culpa, sino de una rebelión del propio entorno (el mar, el barrio, la ciudad, la sociedad) que toma cuerpo para traer un castigo divino, para advertir del fuerte individualismo que se ha apoderado de la población. El título original, Sakebi, hace referencia al grito de gran intensidad que emite la mujer, la voz de una ciudad que agoniza por su excesiva industrialización y un toque de atención a sus habitantes, a los que no perdona que la hayan olvidado por sus propios intereses. Los fantasmas personales pasan entonces inadvertidos pues son rápidamente olvidados por el propio egocentrismo de los personajes. Sólo cuando sus intereses se ven en peligro, es cuando toman constancia de su existencia. En ese sentido, el film de Kurosawa es terriblemente pesimista. Retribution es deudora de la estética de Cure, pero huye en cierta manera de las atmósferas oscuras para jugar más con los espacios del decorado. La mayor presencia de la música parece constatar que se ha hecho un hueco en su estilo desde Doppelganger. Kurosawa no esta en bache creativo, al contrario, su cine continúa perfectamente vivo e inquieto.

Dentro de la discutible Sección Oficial Mélies, especie de cajón de sastre para propuestas que no calzaban en otras secciones, aparece un film discreto y agradable llamado Isolation. Se trata de una honesta serie B que recicla elementos variados de obras como Alien o Vinieron de dentro de… para construir un largometraje simpático que funciona como eficaz entretenimiento. Con un presupuesto ajustado, trabajando desde una primitiva y feísta puesta en escena que potencia la suciedad de los ambientes y la claustrofobia de su atmósfera, Isolation nunca pretende irse por encima de sus posibilidades y se toma en serio lo justo. De ahí que cualquier conato de reflexión se vea rápidamente sofocado –no se pretende realizar una tesis sobre los peligros de la manipulación genética-, pero en cambio sí merecen ser destacados unos personajes que dentro de su raquitismo están construidos con intención, y que tienden más al negativismo que al heroísmo: ese granjero que para paliar sus gastos debe permitir experimentos con sus reses, el investigador sin escrúpulos capaz de sacrificar a cualquiera en pos de la ciencia, la doctora atrapada entre el amor de ambos hombres, la pareja de desarraigados que malviven en una caravana anexa a la granja…

Por último, la siempre interesante sección Europa Imaginaria nos brindó la oportunidad de acercarnos, gracias a una estupenda copia restaurada, a una extraordinaria película producida por Hammer Films, La Gorgona. En esta ocasión, el maestro Terence Fisher aborda el mito helénico de la criatura capaz de convertir en piedra a quien observara su terrorífico rostro, situándolo en un pueblo centroeuropeo. De algún modo, y al igual que realizó con La Maldición del Hombre Lobo, el cineasta británico regresa a la península para narrar una bellísima historia de amor. La fuerza telúrica de las imágenes, el recorrido por unos fantasmagóricos decorados –los de siempre, pero filmados como nunca-, el decadentismo de las estructuras sociales y familiares, el choque entre lo mitológico y lo racional, son aspectos que conforman esta obra maestra donde lo gótico se diluye ante lo romántico, donde el terror se deja de lado para abrazar el fatalismo amoroso. Con La Gorgona, Fisher no sólo se acercó como nunca a ese relato apasionado que siempre deseó rodar, sino que nos legó su obra más pesimista a la par que hermosa, una historia de personas atrapadas en sus propios deseos inconfesos, donde la imposibilidad de escapar al destino es más terrible y angustiosa que mirar a los perversos ojos de la monstruosidad.