Scoop Los abandonados Exiled Election II Transe

Y llegó To. La séptima jornada del Festival de Sitges será recordada por la doble sesión del hongkonés Johnnie To, quién presentó dos películas mayores. Por un lado, una (aparente) secuela de The Mission, y por otra, la segunda parte de su trabajo más alabado, Election. Además, el esperadísimo y decepcionante debut del español Nacho Cerdá en la dirección de largos, la nueva película de Woody Allen, y la portuguesa Transe.

Viendo Scoop, la última película de Woody Allen, se tiene la sensación de que los logros de Match Point han sido fruto de un pasajero momento de inspiración. El cambio de aires que hizo trasladar al cineasta norteamericano de Manhattan a Londres derivó en una de las obras más oscuras y sólidas de su última década. Ahora vuelve a posar su mirada en la aristocracia londinense pero retornando a los mecanismos de la comedia irónica, mezclada con una intriga detectivesca que recuerda a Misterioso asesinato en Manhattan. Sin embargo, lejos de la envidiable construcción dramática de Match Point, Scoop parece convertirse en su muy mediocre reflejo, un intrascendente film solo recomendable para los incondicionales del neoyorquino. De hecho, lo más interesante del largometraje son los alargados soliloquios del propio Allen mediante una descarga continuada de corrosivas declamaciones –algunas con más gracia que otras- sobre la cultura y el modo de vida británico. Pero ni la insulsa investigación perpetrada por una joven estudiante de periodismo (Scarlett Johanson), ni la incorporación impostada del elemento fantástico –a diferencia de en Match Point, donde éste aparecía como la proyección exterior de la culpa de su protagonista-, elevan el discreto nivel cualitativo de un trabajo excesivamente autocomplaciente.

Los Abandonados, de Nacho Cerdá, venía precedida por una gran expectación. El director se había labrado una gran reputación en el campo del cortometraje, con títulos tan celebrados como Aftermath o Génesis, y su debut en el largometraje nos ofrecía grandes esperanzas de encontrar al fin algo interesante dentro del género. Sin embargo, lo que podría haber sido un atractivo mediometraje, se diluye en noventa minutos que Cerdá dedica a inflar a base de efectismos y vueltas sobre lo mismo. En una cinta que aspira, partiendo de un género como el de terror, a crear angustia a la platea, que al final resulte extremadamente aburrida es un problema evidente. El film basa casi todas sus bazas en el entorno donde se desarrolla el relato. En ese sentido, prometía mucho al principio, con ese retorno al medio rural ruso como fuente de horror. Pero a partir de ahí, acumula todos los trucos posibles, como el abuso constante del sonido o una utilización un poco burda del tema del doppelganger, y la sensación de que no aporta nada nuevo es la que permanece. También encontramos salidas de guión que no llevan a ninguna parte y personajes desdibujados, como el hermano de la protagonista, que en una de las peores escenas de la película, se dedica a explicar que está sucediendo en la casa, cuando no tendría por qué saberlo. Tan solo se salvan algunos detalles de puesta en escena y el trabajado aspecto visual.

Tras dos duros desencantos, la tarde nos legó curiosamente dos extraordinarias películas, tan diferentes entre sí que no parecen adscribirse al mismo realizador. Exiled llegaba con la etiqueta de ser una secuela de The Mission, rodada en 1999 y posiblemente el mejor trabajo de Johnnie To hasta el momento. Era The Mission un film extrañamente despojado, cuyas refriegas balísticas se movían entre la estilización y la depuración estética, con un manejo excepcional del mc-guffin ya que en el fondo la acción se encontraba supeditaba a la relación entre los miembros del grupo. Contando con los mismos actores, To juega con los arquetipos planteando una secuela más anímica que directa, una relectura del primer film donde los personajes, a pesar de mantener idénticas personalidades y roles, tienen nombres diferentes y se conocen desde su niñez. De ahí que haya mucho de tragedia en una historia con final escrito, de ineludible encuentro con el pathos desde esa foto grupal tomada entre camaradas. A diferencia de The Mission, Exiled sustituye la palabra por el gesto, y las secuencias de acción se erigen como escenas explicativas mitificando así los mecanismos genéricos, porque lejos de convertirse en un simple espectáculo circense, los múltiples tiroteos definen a sus personajes, nos ofrecen su visión del mundo y su posición ante la vida –crf. el primer duelo, ejecutado desde el respeto mutuo y el honor; la hiperviolenta escaramuza en el apartamento del médico, donde se hace patente la vena sádica del personaje interpretado por Simon Yam, pariente asiático del General Mapache de Grupo Salvaje-. De esta manera To, haciendo buena la sentencia de Aristóteles en su "Poética" (siglo IV a.C.) cuando afirmaba que la vida es acción, elabora un largometraje vitalista dentro de su fatalidad, epatante y hormonal, que funciona a nivel emocional y puramente orgásmico. Además, habría que preguntarle al propio realizador cuanto ha visto del cine de Howard Hawks –su reinterpretación de The Mission se asemeja a lo que realizó el norteamericano con Río Bravo y El Dorado-, de John Ford –los chocantes momentos de humor-, de Sergio Leone –su manejo del tempo cinematográfico, la dilatación previa al estallido-, o de Sam Peckinpah –ese grupo humano unido por el honor y la camaradería, último refugio en un mundo que se acaba… y prestad atención a las citas sobre la situación de Macao, que al igual que Hong Kong, es una excolonia extranjera devuelta a China hace escasas fechas-, porque Exiled también acapara convenciones del western reinsertadas en el thriller hongkonés, como ese azaroso encuentro con un cargamento de oro, en la tradición más clásica del género norteamericano por excelencia. Pero no busquemos aquí la contención y amaestramiento del cine occidental. Afortunadamente, Exiled es hijo del "heroic bloodshed", es cine de Hong Kong al 100%, con sus excesos y endiosamientos, su arrojo y visceralidad. Y aquí es donde radica su valor. El último largometraje de Johnnie To es y será, con total seguridad, la mejor película proyectada en esta edición del Festival de Sitges.

Justo a continuación, con la sala llena y volcada con un director que parece haber sustituido a Takashi Miike como ídolo local, se proyectó Election II. Johnnie To regresa a ese rigor formal y minimización de artificios para narrar, con precisión mecánica, la lucha por el poder dentro de las nuevas elecciones del clan gangsteril. Y regresa Lok, el ganador de las últimas elecciones desprovisto de toda humanidad –como muestra, la secuencia en la que empuja por las escaleras a un jefe, es análoga a aquella de la primera parte donde Big D lanza desde una montaña a otro hombre dentro de una caja-, enfrentándose al joven y arrogante Jimmy, que supone un compendio entre los dos antagonistas de Election, al aunar la inteligencia y sangre fría de Lok con el carácter violento y sin escrúpulos de Big D. De algún modo, en esa lucha interna entre el viejo y el joven, entre la tradición y la modernidad, la primera ha perdido la batalla, porque Election II es un film donde cualquier rastro de ésta ha sido borrado. De hecho, el cetro –símbolo de la tradición- ya no interesa, solo importa en la medida que permite hacerse con el control de la organización. Por ello el personaje Jimmy ya no es ese joven gangster que pretende representar a la familia, sino un hombre de negocios que busca extender su poder económico mediante el control de las triadas. Election II es un film más oscuro que su predecesor, más ambicioso en su discurso –la benevolencia de los cuerpos policiales, la República de China como mercado de expansión-, y que promete no ser el último de una grandiosa epopeya sobre las organizaciones mafiosas de Hong Kong.

Transe, de la directora portuguesa Teresa Villaverde, es seguramente la película más arriesgada junto con The Fountain, que se ha visto hasta el momento en esta edición. La autora de Os Mutantes, retrata el descenso a los infiernos que vive una joven rusa, encarnada por la actriz Ana Moreira, que tras abandonar a su familia y a sus amigos en busca de una vida mejor, es capturada por una mafia que trafica con mujeres. Obligada a prostituirse, recorre Europa hasta llegar a Portugal, en una pesadilla que discurre hacia ambientes cada vez más depravados. El título hace referencia al momento crítico que vive la protagonista, pero también el estado decadencia moral de la sociedad, próxima a su defunción. El infierno se nos muestra mediante el sacrificio de la protagonista, que convertida en una especie de santa en trance, recibe su martirio. La directora cita a Santa Teresa, pero su obra y su protagonista están lejos de la unión con Dios. Es el infierno el que domina el mundo. En una escena del film, uno de los captores proclama una guerra entre fuertes y débiles. En la Europa unida, es el individuo el que lucha por su supervivencia. La revelación mística aparece entonces en forma de alucinación: en un mundo en que el hombre sigue reducido a las prácticas de las bestias y sólo el más fuerte sobrevive, los niños portarán armas desde la más temprana edad. Transe es una obra áspera, incómoda, cuyas imágenes llegan a herir. Villaverde huye completamente de la narración lineal, para mostrar momentos aislados enlazados a través de elipsis, sucesiones de estados de ánimo de la protagonista que va perdiendo su capacidad para entender lo que percibe, mientras su identidad es constantemente puesta a prueba, y poco a poco lo real transita hacia lo onírico. En esa transformación las imágenes antes realistas, adquieren una profunda carga alegórica. En Transe el tiempo se dilata y la acción se intuye mediante el sonido en fuera de campo y el rostro de los actores. Los espacios se desprenden de lo accesorio. Una silla, una cama, una bañera, los vacíos parecen jaulas que se estrechan sobre la protagonista. Villaverde intercala escenas que apelan al estado anímico del espectador: el movimientote los árboles, los hielos resquebrajándose, los bailes... Los diálogos en off se recitan en formas poéticas. Todo ello con el fin de someternos a un estado próximo al de la joven, y que ponen a prueba nuestro aguante. No es de extrañar que ante tal concepción formal, la mitad del público abandonase la sala. La propuesta de Teresa Villaverde es extrema, y desde luego imperfecta, pero contiene elementos suficientes como para considerarla entre lo más interesante del festival. Aunque quizá no era una película apropiada para la política que habitualmente sigue.